En 1983, California, la madre de un niño sentó una denuncia de abuso sexual en contra de un empleado del centro preescolar al que asistía el pequeño. El empleado era nieto de la fundadora de ese centro y pronto las acusaciones salpicaron a toda la familia McMartin: la abuela, la madre, los hijos, los empleados. Luego, ya no se trataba de un caso, sino de cientos de niños que habrían sido abusados en esa institución. Pero no solo habrían sido abusados, sino obligados a participar en ritos satánicos. Estalló la histeria. El centro preescolar fue clausurado y destrozado por la ira popular, que dejó inservible el lugar. La familia al completo fue llevada a prisión. Luego de siete años, todos los cargos les fueron retirados por no encontrar pruebas convincentes, pero el daño ya estaba hecho. La familia jamás pudo recuperarse y sus vidas quedaron destrozadas. El caso recordaba a otro suceso de histeria colectiva en Salem, Massachusetts, EEUU, durante el siglo XVII, donde unos y otros habitantes se empezaron a acusar de brujería y, como resultado de “juicios”, muchos fueron ahorcados.
En 2014, una niñera del hogar Virgen de Fátima de La Paz se percata de que uno de los bebés presenta un malestar extraño. Informa a la enfermera Lola Rodríguez. Esta llama por teléfono a Jhiery Fernández, el médico de la institución, quien demora en llegar de otro recinto donde se encontraba. Ante la demora, Lola toma la decisión de salir a las prisas con el bebé en brazos hasta el Hospital del Niño, a bordo de una ambulancia. Esa decisión, de salir disparada con el bebé, le costará todo: familia, trabajo, profesión. Conocerá la cárcel acusada de horrendos delitos: encubrimiento de violación del bebé, infanticidio. Descenderá por la pendiente del alcoholismo. Actualmente, Lola vende gelatinas, linaza. Ya no tiene esposo, la abandonó.
La niñera, una menor de edad, también será acusada de infanticidio y encubrimiento. En inicio, sostuvo elementos que liberaban de culpa al médico. Después, quién sabe por qué situaciones por las que tuvo que pasar, Madelene se somete a juicio abreviado y su declaración es lapidaria en contra de Jhiery. Sí, sí vio el sangrado. Sí, sí vio que el médico se quedó a solas con el bebé, mientras ella salía a preparar el biberón. Era casi una niña, sometida a una situación extrema.
El personal médico del Hospital del Niño sufrirá también la pesadilla. José Luis Delgadillo, el médico internista, asfixiado por los procesos judiciales, se autoincrimina y dice, “soy culpable de no cumplir con mis funciones. No me di cuenta de la violación y me someto a proceso abreviado”. Para desgracia de Sandra, otra médico internista, al oír los gritos que dan cuenta de que el bebé ha hecho paro cardíaco, corre a practicar a Alexander un procedimiento de resucitación. Le hace masajes, le da respiración asistida. El resultado: condenada por homicidio culposo en violación. Está embarazada, pero a sus verdugos no les importa esto. Corre riesgo su embarazo, tampoco importa. Sandra se niega a someterse a juicios abreviados y apela.
Siguiendo con la relación, el bebé es trasladado al Hospital Holandés, donde finalmente fallecerá. Una médico, Ángela Mora, sin preparación suficiente, declara que el bebé fue “desflorado”, como si fuera niña y tuviera himen. Otra forense, experta y conocedora de su oficio, la descalifica en la necropsia: no hubo violación. Como respuesta, le comunican que ha sido cambiada de destino a Beni. María Ángela Terán renuncia ante esta transferencia inconsulta y vive con miedo todo ese periodo.
Un periodista de El Diario, Carlos Quisbert, intenta acercarse a la verdad. Lo encarcelan con gran celeridad. Pero no se echa para atrás. Desde Página Siete hace seguimiento del caso. Se difunde un audio en el que se escucha a una de las juezas alardear que ha sido parte del tribunal que ha condenado a un inocente.
Aun cuando todos estos desdichados fueran liberados inmediatamente por lo impactante del audio, las secuelas, como en el caso McMartin, persistirán. La honra pisoteada, la familia destrozada, la vida robada.