No deben estar muy bien las cosas en el oficialismo como para que el presidente Evo Morales, el rey de la negación de la realidad, hubiera comentado dos veces, en una semana, la posibilidad de que abandonará el poder en 2020. En una de las dos expresó incluso que teme ser enjuiciado cuando esté fuera del poder.
Esto demuestra dos cosas: el temor a una derrota electoral, por una parte, y, por otra, la conciencia creciente de que al salir del gobierno su situación, por lo menos jurídica, será complicadísima. Con tantos escándalos de corrupción y de violaciones a la ley, es como para preocuparse.
Pero la sensación de derrota que se empieza a notar en el MAS tiene su fundamento en que la oposición ha logrado evitar una peligrosa división electoral. El oficialismo ansiaba, hace unos meses, que varios candidatos opositores pudieran participar de las elecciones, desde Luis Revilla hasta Rubén Costas, pasando por Samuel Doria y Tuto Quiroga. Ello, como se sabe, no ha ocurrido.
Es el propio oficialismo el que se ha colocado en una posición débil frente a la oposición, por dos acciones estratégicas que tomó. En primer lugar, en vez de atemorizar a Carlos Mesa con las acusaciones de Quiborax, logró enfurecerlo y empujarlo a la carrera electoral, a la que él no deseaba ingresar.
Quiborax fue un tiro en el pie del oficialismo: tras las alharacas de las primeras acusaciones se supo que funcionarios del MAS entregaron computadoras oficiales a los abogados chilenos, que se pudo haber resuelto el asunto pagando 3 millones de dólares en vez de 42,6 millones; que hubo intercambio amistoso de mails en los que los chilenos llamaban “Héctor” al ministro de Justicia, etcétera.
Gracias a esa torpe acción, autoridades de Gobierno le regalaron a la oposición su mejor candidato, Carlos Mesa. Pero no pararon allí. La segunda decisión estratégica errada fue haber adelantado, mediante la Ley de Organizaciones Políticas, la decisión sobre la presentación de candidaturas. Ello, más bien, cohesionó a la oposición y, como hemos visto, la desbandada opositora que esperaba el oficialismo no se produjo.
Que el campo opositor esté dividido en dos fuerzas principales, una más centrista, como la de Mesa, y otra de centroderecha, como la que construyen UN y MDS, no es necesariamente negativo. Y lo es menos aún porque una de ellas, la que lidera Mesa, es muy fuerte, al punto de que algunas encuestas la colocan por encima del candidato (ilegal) Evo Morales. El hecho de que Evo no ocupe el primer lugar de intención de votos en una encuesta no había ocurrido desde fines de 2005.
Los otros candidatos opositores, según las encuestas, tienen individualmente el 1% o menos de respaldo. Así que, por ahora, no existe riesgo de dispersión electoral.
Con tres candidatos sólidos podríamos enfrentar un escenario en el que Morales y Mesa se aproximen al 40% de los votos, cada uno, más un 15% o 20% para Doria Medina (o el candidato que surja de esa alianza). Ello forzaría la realización de una segunda vuelta, que Mesa vencería, según prevén los sondeos. Nunca había estado más cerca la posibilidad de la recuperación democrática en el país.
Esa situación es la que se daría si es que el partido se definiera en la cancha. Ya una vez la oposición le ganó a Evo a nivel nacional (21F) y lo podría seguir haciendo en el futuro. El problema es que Morales y sus asistentes dominan las instituciones que le podrían permitir ganar “en mesa”.
Por ejemplo, inhabilitar al candidato opositor favorito, impedir que se desarrollen la primera o segunda vueltas electorales o cualquier otra trampa por el estilo. El MAS ha demostrado una gran habilidad para torcer la ley, violar la Constitución y dejar a la democracia en riesgo. Nada impide que lo siga haciendo.
Hacerlo, sin embargo, generaría riesgos muy elevados, como convertirse en un Gobierno paria de la región, al estilo del de sus amigos Maduro y Ortega, y de enfrentar serios conflictos internos, con protestas, y nula legitimidad.
Si gracias a la movilización ciudadana se logra impedir las trampas del MAS, la recuperación democrática estará próxima. De ahí surgen los temores de Evo.