Claroscuros de Ayacucho

EDITORIAL 09/12/2018
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La Batalla de Ayacucho fue, por decisión de los libertadores, la más importante que se habría combatido en las colonias españolas involucradas en la Guerra de la Independencia.

Librada un día como hoy, 9 de diciembre, pero de 1824, supuso el fin de la dominación española en el Virreinato del Perú porque aparejaba la rendición de éstos frente al Ejército Unido Libertador del Perú que encabezaba Antonio José de Sucre.

Pese a los efectos que tuvo la capitulación firmada como consecuencia de esta batalla –pues muchos patriotas la criticaron por ser excesivamente generosa con los españoles–, los libertadores le dieron la máxima de las importancias, tanto que, en la naciente Bolivia, el 9 de diciembre fue considerada una fecha festiva en sus primeros años.

En la historia tradicional, la versión de los libertadores; es decir, de Bolívar, Sucre y sus oficiales, fue repetida hasta hoy. Lo único que cambió fue su importancia pues disminuyó al extremo de que ahora prácticamente ya no se festeja, por lo menos no en territorio boliviano.

La historiografía, que no se limita a memorizar la historia sino que la interpreta, ha vuelto a plantearse preguntas clave sobre esa batalla y las primeras están referidas a las excesivas concesiones que la Capitulación de Ayacucho dio a los españoles. No sólo se les permitió quedarse en territorio peruano, respetando sus pagas, sino que se les ofreció la nacionalidad peruana, que era la que se extendía, también, al territorio hoy boliviano. Los españoles que decidieron marcharse pudieron hacerlo llevándose todos sus bienes y aún se les pagó sueldos y hasta transporte.

¿Cómo se explica tantas ventajas luego de haberse ganado una batalla con las características que supuestamente tuvo la de Ayacucho? Las teorías conspirativas, que generalmente terminan siendo sólo eso, apuntan a señalar que no hubo batalla, que todo fue un arreglo entre jefes y oficiales de ambas fracciones para posibilitar que los españoles salgan del Perú o se queden en él en condiciones honrosas pero eso es un absurdo tomando en cuenta la abundante documentación al respecto.

Lo que no cabe es tanta generosidad con los españoles a los que Bolívar había declarado guerra a muerte años antes y a los que hacía fusilar sin consideración alguna.

Una de las aparentes razones parece ser la económica. No se debe olvidar que la capitulación incluyó el reconocimiento de las deudas de los españoles. “El Estado del Perú reconocerá la deuda contraída hasta hoy por la hacienda del gobierno español en el territorio”, dice el artículo 8 de ese documento.

Al finalizar la Guerra de la Independencia, las deudas del ejército libertador eran elevadas, fundamentalmente con sus tropas. Una de las soluciones que se encontró para ello fue comprometer empréstitos que se convirtieron en la primera deuda externa de Bolivia porque fue este país el que debió pagarla en atención a la fama de proveedor de su legendario Cerro Rico.

La versión oficial dice que la Batalla de Ayacucho liberó a todo el Perú pero eso no es cierto. En Charcas –denominado extraoficialmente como Alto Perú– estuvo vigente por un corto tiempo el mando de Pedro Antonio de Olañeta que sólo fue derrotado el 1 de abril de 1825 en Tumusla. Quedó, también, aunque de manera aislada, la resistencia del virrey de Navarra José Ramón Rodil y Campillo, en el Callao, que había estallado en 1824 y se prolongó nada menos que por dos años.

El ejército libertador no intervino en la liberación de Charcas, hoy Bolivia, como sí lo hizo para vencer a Rodil. Quienes derrotaron a Olañeta fueron los propios charquinos pero fueron ellos quienes, cuando ya estaba fundada Bolivia, debieron pagar a aquellas tropas.

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