La movilización ciudadana del pasado jueves, así como las nuevas medidas de protesta que han sido anunciadas para los próximos días y semanas, han confirmado una vez más, tal como viene ocurriendo desde hace tres años, que la mayoría de la población boliviana está dispuesta a ofrecer una muy tenaz resistencia al proyecto político del Movimiento al Socialismo.
Frente a ello, las fuerzas gubernamentales, respaldadas por una parte también muy importante de la población, han decidido endurecer su posición. Así, el escenario político nacional se encamina hacia lo que en algún momento se describió como un “empate catastrófico”.
La intención de imponer la reelección indefinida del binomio Morales-García Linera es la manifestación más visible de la confrontación de fuerzas. Pero no la única pues, muy ligada a ella, está la decisión gubernamental de seguir avanzando en el afán de destruir una tras otra todas las instituciones sobre las que se sostiene un Estado de Derecho, una república democrática.
El objetivo final, ya no hay lugar a dudas, es establecer en nuestro país un régimen totalitario en el que todo el poder quede concentrado en una cada vez más estrecha cúpula dotada de poner omnímodo, ante el que no quede ninguna institución capaz de ponerle cortapisas.
La manera sistemática como durante los últimos años se ha anulado la independencia de tres de los cuatro órganos del Estado, hasta degradarlos a la condición de simples brazos ejecutores de las órdenes provenientes del Órgano Ejecutivo, es una prueba de lo mucho que ya ha avanzado el proceso de destrucción de la institucionalidad democrática.
Muy ligado a lo anterior está el ya descarado sometimiento de las Fuerzas Armadas y de la Policía Boliviana.
En tales circunstancias, las perspectivas que se proyectan en el horizonte político nacional son cada día más desalentadoras. Las vías pacíficas de solución del conflicto de visiones se van cerrando y a medida que eso ocurre se abre el camino a la violencia en todas sus formas.
No es difícil prever el resultado del proceso que está a punto de ingresar a una fase sin retorno.
Evo Morales y Álvaro García Linera, y tras ellos todos quienes se empecinan en secundarlos, se ponen a sí mismos ante el riesgo de inscribir sus nombres en un lugar destacado entre las páginas más oprobiosas de la historia contemporánea de nuestro país.
Todavía no es demasiado tarde para rectificar el rumbo hacia el peor de los escenarios, pero el tiempo y las oportunidades se están agotando.