Luego de 33 meses de ardua y tesonera labor desplegada a lo largo y ancho de los nueve departamentos del país, el 20 de diciembre de 2008 Bolivia declaró formalmente al mundo que había alcanzado –y superado– los estándares establecidos por la UNESCO para ser considerado como “Territorio Libre de Analfabetismo”, apenas el tercer país en América Latina, luego de Cuba y Venezuela, en alcanzar dicha condición.
Pero más allá de las frías pero impresionantes estadísticas que arrojó la implementación en Bolivia del Programa Nacional de Alfabetización “Yo, sí puedo” (824.101 participantes alfabetizados, 28.450 puntos de alfabetización establecidos, 30.000 equipos audiovisuales distribuidos, 8.600 paneles solares instalados y más de 50.000 facilitadores, supervisores y metodólogos trabajando) el impacto real del programa se puede determinar fácilmente al ponderar dos aspectos sumamente importantes y muy particulares de la experiencia boliviana: la movilización de toda la sociedad y la institucionalización de la alfabetización y post-alfabetización.
Ante el entusiasta llamado del presidente Evo Morales (quien desde un principio asumió el programa como “Política de Estado”) y como si de una gran cruzada bélica se tratara, instituciones y organizaciones sociales de todo tipo se movilizaron y se dispusieron a participar entre 2006 y 2008 en esta inédita campaña de alfabetización.
En el campo y en las ciudades se habilitaron sedes sociales, escuelas, cuarteles, gobiernos municipales, hospitales, iglesias, fábricas y hasta casas de familia para acoger grupos de entre 10 y 20 iletrados y desarrollar una metodología de trabajo que tenía como principal componente el uso de los recursos audiovisuales facilitados por los gobiernos de Cuba y Venezuela, pero adaptados al contexto boliviano.
Sin reparar en tintes políticos o en diferencias ideológicas o de tipo social, toda la sociedad participó activamente, lo que sin lugar a dudas permitió superar barreras geográficas, económicas y socioculturales que parecían insalvables.
Finalmente, el programa llegó a todos los municipios del país y a todas y cada una de sus comunidades, por alejadas que estas estuvieran, como fue el caso de Pulipata (municipio Curva, departamento de la Paz) o la comunidad De Repente (municipio Ingavi, departamento de Pando) por sólo citar dos ejemplos muy elocuentes. Vale resaltar en este punto que el programa alfabetizó a 24.699 participantes en lengua aymara y a otros 13.599, en quechua.
Pero si el solo hecho haber reducido el índice de analfabetismo de un 13%, en 2001, a un 3.7%, en 2008, era ya un logro digno de todo reconocimiento, la acertada decisión del gobierno del presidente Evo Morales de brindar una oportunidad de continuidad educativa a los neoalfabetizados, especialmente a través de la implementación del programa de post-alfabetización “Yo, sí puedo seguir”, fue más que loable.
Aunado a lo anterior, los cambios estructurales adoptados en el ámbito de la educación regular (nueva Ley de Educación, profesionalización de maestros, postgrados, computadoras, construcción de escuelas y el bono Juancito Pinto, entre otros) vienen a confirmar la firme decisión gubernamental de erradicar –para siempre– el terrible flagelo del analfabetismo.
Diez años después de alcanzar la meta de la alfabetización, Bolivia continúa trabajando firme y decididamente en educación de jóvenes y adultos. Como en muy pocos países el programa, lejos de extinguirse, se institucionalizó.
Es así que se crea la Dirección General de Alfabetización y Post-alfabetización, dependiente del Viceministerio de Educación Alternativa y Especial, entidad que ha continuado, a lo largo de estos diez años, venciendo las sombras en cualquier lugar del país donde exista un analfabeto, aplicando estrategias y modalidades diferenciadas de estudios, adecuadas a cada contexto y a cada necesidad, con una oferta académica diversa y dirigida ahora a la obtención del sexto grado de primaria.
Al margen de lo anterior, seguramente faltó mencionar el aspecto más relevante de este programa: su impacto social. La alfabetización nos cambió la vida a todos los que en ella participamos, desde aquellos que aprendieron a leer, a escribir y transformaron su realidad (e incluso la de su entorno) hasta aquellos que recorrimos el país, de extremo a extremo, asesorando y acompañando el programa, un ejercicio que nos enseñó a conocer mejor nuestro pueblo y a sellar nuestro compromiso con la lucha social.