Antes de entrar en materia, habrá que admitir que el carnaval es una fiesta de permisividad. Sus orígenes son tan diversos como las culturas que poblaron y pueblan el planeta pero existen dos denominadores comunes, sus vínculos con las cosechas y el culto a las divinidades.
Es falso que el carnaval haya llegado con los invasores. En nuestro continente, como en Europa, ya existían celebraciones vinculadas a la cosecha en las que se daba rienda suelta a los excesos como una manera de expresar alegría. Lo que hizo la Iglesia Católica fue acomodar cada festejo a su propio calendario y, así, el carnaval se convirtió en la fiesta que precede a la cuaresma cuando, en realidad, es más antiguo que el cristianismo.
El hecho es que el carnaval es la fiesta en la que, por regla general, “todo se soporta” y es por ello que en esa temporada se suele cometer excesos. Pero hasta el libertinaje tiene un límite y el más importante de todos es la vida humana. Cuando los excesos atentan contra la vida, entonces hay que poner un alto. Esa es, en nuestra percepción, la razón por la que el ejecutivo de la Alcaldía de Oruro presentará un proyecto de ley municipal que prohíbe la venta y el consumo de alcohol en el sábado de carnaval.
Oruro, como se sabe, fue el escenario de dos tragedias que coincidieron con los carnavales: la caída de una pasarela, en 2014, y las explosiones del año pasado. Es cierto que el alcohol no fue el causante de esos siniestros pero sí uno de los motivos para que, en su momento, sus autoridades se hayan negado a suspender las celebraciones.
Pero la razón de peso para limitar el consumo de alcohol es el efecto directo que este tiene en la seguridad ciudadana. Todas las estadísticas, policiales y de diverso tipo, coinciden en señalar que un buen porcentaje de los bolivianos exageramos en el consumo de licores y, en esa condición, somos más proclives a sufrir accidentes o, peor aún, a la comisión de delitos.
Un dato ilustrativo es el que surgió del carnaval minero, celebrado en Potosí el fin de semana, que es una de las entradas folclóricas que abre oficialmente el carnaval boliviano. Los reportes policiales dieron cuenta de un incremento tanto en el consumo de alcohol como en la comisión de delitos y la mayoría de estos fueron agresiones físicas a mujeres. El Tribunal Departamental de Justicia de ese departamento reportó que su juzgado cautelar de turno atendió 23 casos y la mayoría de estos estaban vinculados al consumo de alcohol. Peor aún, 19 de los 23 casos corresponden a violencia hacia la mujer en los que, invariablemente, un esposo borracho golpeó a su cónyuge causándole lesiones de diversa consideración.
El panorama de Potosí difiere solo en número al del resto del país. A título de permisividad, la enajenación lleva a cometer violaciones e incluso puede ser el motor para un homicidio. Esas son las razones para que se limite su venta y consumo pero no solo para carnaval sino en las diferentes fiestas patronales.
En nuestro país existe un extendido calendario de fiestas dedicadas a vírgenes, santos o el propio Jesucristo e invariablemente se celebra a estos con entradas folklóricas en las que el consumo de alcohol es el común denominador. ¿Cómo se explica esa dicotomía? ¿Se debe celebrar a la Virgen de Guadalupe embriagándose? ¿El apóstol San Bartolomé quisiera que haya profusión de bebidas en su fiesta? ¿Y Jesús, en el caso del Gran Poder, o la Virgen de la Candelaria, en el de Oruro?
Entonces, también hay que admitir que nuestra sociedad está siendo rebasada por el alcohol y la ley plurinacional promulgada para limitar su venta y consumo es insuficiente. Ha llegado el momento de poner límites a las fiestas patronales.