En relación a nuestros vecinos nuestro país tiene características diferentes en muchos aspectos. Por ejemplo, en lo social tenemos grupos bien identificados que mantienen sus conocimientos ancestrales, sus costumbres que se visibilizan en cada época del año. En los días de carnavales muchos hijos de los pueblos rurales vuelven al lugar de origen y se mezclan en la comunidad para bailar, lucir la indumentaria tradicional, celebrar con los rituales para la naturaleza o la Madre Tierra, olvidando la vida en las urbes.
Tenemos una cultura aimara, característica del altiplano, cuya sabiduría milenaria no deja de tener influencia en sus hijos y aún en los centros urbanos prevalece, se fortalece porque la sangre llama a la sangre, según explican ellos mismos. Otra población importante en el país son los quechuas. Hay gente que aun radicando en las ciudades hablan dulcemente ese idioma, pero a la vez tienen en el corazón y la mente las tradiciones, las costumbres de antaño que se expresan en las pucaras, los taquipayanakus, el rumi tanqhay, como también en su gastronomía rica de la temporada.
Los cocaleros de los Yungas, poblaciones con raíces afrodescendientes tienen su parte en el acervo cultural boliviano; las generaciones que migraron hacia el Chapare y el oriente, la gama de ayllus existentes en Potosí y Chuquisaca, sin minimizar a los indígenas del Beni, Pando, Santa Cruz y otros grupos étnicos del Chaco Boliviano que también tienen su espacio y lugar.
Hasta hace algunos años, estos grupos sociales eran vistos para el folclore. Si venían a las ciudades eran señalados como los k’epiris, los aparapitas, los mandaderos. Hoy casi no se advierte en la urbe la presencia de vestir el poncho, el lluchu o ch’ulu, la ojanta, el sombrero de oveja en su forma natural, cotidiana; eran personas maltratadas, mal vistas, despreciadas o marginadas.
En los actuales tiempos estos grupos son la fuerza de los movimientos sociales. Sus organizaciones sindicales o comunales han desplazado, de lejos, a las fuerzas de los obreros en las ciudades, a los comités cívicos y otros que cuando aquellos se movilizan sí suman miles, expresan poder, se muestran presentes en el escenario nacional, probablemente manejados por algunos vivillos; pero en su generalidad tienen una posición y han asumido una identidad que nadie los quita. Son tiempos en que ya no hay trámites judiciales para cambiarse de apellidos para asumir como suyo otros desconocidos dejando lo nativo.
Este escenario trae consigo un hecho innegable: la intolerancia que se advierte hoy en día. Esta realidad se expresa en el ámbito político. No es necesario mostrar quiénes son calificados de oficialistas y quienes de oposición. Las movilizaciones que se realizan muestran con claridad las diferencias. ¿Ambas líneas expresan un sentimiento boliviano? ¿Se identifican con los intereses realmente patriotas? ¿Hay otros objetivos por detrás? ¿Los meses que vienen serán para alentar los odios prelectorales?
La politiquería está haciendo que los bolivianos ingresemos a un escenario peligroso de polarización defendiendo intereses ajenos antes que los propios, ahí las expresiones de deseo de ver a Bolivia como Venezuela o Cuba, a su vez otros deseando ser Brasil o Argentina… ¿Allá está la crisis, la dictadura y por aquí una tacita de leche? ¿No se puede orientar los esfuerzos por el bienestar de la mayoría? ¿Cuál el futuro que deseamos?
Una cosa es cierta, dejar de pensar como colonos, de aquí o acullá, superar la idea de que para progresar siempre necesitamos de la tutela de potencias, que nos falta la capacidad de autodeterminación, que los grupos sociales están apostados en aceras contrarias. La sociedad es dinámica, avanzar en sentido ascendente es el desafío, en lo que tenemos.