“El que acumula recuerdos felices en su infancia, ése ya está salvado para siempre” (Fedor Dostoievski)
Posees, sin duda, ese don que los humanos buscamos incesantemente en medio de tantos avatares como la vida nos pone delante.
Cada noche de esas jornadas en que tengo la oportunidad de acompañaros en el hogar-internado donde vives, te acercas pidiendo una bendición. Gesto reclamado también por muchos de tus compañeros.
Una cruz sencilla en tu frente, una sonrisa, un amable comentario, a veces casual, a veces necesario, y parece que la noche de las estrellas que nos rodea se torna distinta, con la magia que, seguro, habita en la mirada del Creador. Del Papá-Dios que queremos mostrarte para que ilumine cada rincón de tu existencia.
- ¡Y mi bendición… hermanito! -me atrevo a reclamar-. También yo la necesito.
Entonces tus dedos dibujan en mi frente esa tenue marca, ese guiño sagrado repetido siglo tras siglo en nuestra tradición católica. Señal que configuró la Fe y el buen obrar de generaciones y generaciones que atravesaron, y siguen atravesando, los siglos y la historia.
Quizá alguien me advierta que tu gesto, tu bendición, no es válida ni necesaria. Que no pertenece a lo que nos pide la Iglesia, viniendo de tus manos no consagradas… Si es así me disculpo porque soy el único responsable. A mi favor me atrevo a invocar la mirada, algo pícara y muy tierna, del buen Dios que nos contempla.
Creo que eres un chico feliz. Tienes el don que los humanos buscamos con avidez de infinito. Desde que te conozco no recuerdo mayores confidencias de problemas, inquietudes o rebeldías adolescentes. Más bien callado, con la timidez de la prudencia y el respeto, afrontas tus obligaciones con seguridad y disciplina. Las clases, las tareas y el estudio, los turnos de servicios, el deporte en la cancha, los tiempitos de oración en la capilla, las bromas y risas con tus compañeros… todo sirve para mostrarte espontáneo, cercano, nunca esquivo.
Eres uno de los tantos chicos anónimos que apenas se hacen notar. Nunca aparecerás en la nómina de los ganadores, de las estrellas refulgentes, pero siempre estarás disponible en las penas y sinsabores ocultos de algún amigo o compañero. Héroe discreto sin aplausos de victoria.
Sé que no todo es maravilloso en tu historia. En tu infancia. Pero sabes conservar los recuerdos felices y defenderlos de las sombras que, tarde o temprano, nos incomodan. Imagino unos papás cariñosos y dialogantes que no te ahorraron los esfuerzos y sacrificios que han modelado tu presente.
Ayúdanos a valorar el silencio fecundo en medio de tanta palabrería vacía y nada comprometida. Silencio que permita la comunicación bonita que nos deja satisfechos, relajados y llenos de energía. Alegres.
Ayúdanos a estar solícitos donde los conflictos, la violencia, la falta de respeto a la vida -a toda vida- humillan los corazones y esperanzas de tantos. Sin pretensiones torpes. Tan sólo con el deseo de echar una mano. Siendo héroes discretos, como tú.
Ayúdanos a valorar las cualidades y expectativas de los demás. Sin críticas vanas, sin juicios precipitados, con la cordura y tolerancia de los fuertes. Con el diálogo como única arma arrojadiza.
Ayúdanos, en fin, a ser, también nosotros, una bendición. Que tus dedos sigan dibujando en nuestras frentes adultas la tenue marca, el guiño sagrado que nos haga mejores. Fraternos.
Seguiré bendiciendo. Me seguirás bendiciendo.
Necesito arrancar de tus manos ese don que los humanos buscamos incesantemente en medio de tantos avatares como la vida nos pone delante. Sé feliz.