¿Será cierto que los cruceños envidian la execrable conducta de su Alcalde? ¿Explica eso su incólume preferencia electoral? Y la pregunta más inquietante aún: ¿Es Percy Fernández un modelo para la sociedad cruceña? De ser así, estaríamos en presencia de una ciudad —más bien una megaciudad— que ha normalizado lo anormal y, por tanto, lo considera bien hecho
Hace unos 15 años, cuando este diario reportaba la violación del alguna niña o niño, la noticia causaba escándalo entre la población y era objeto de comentario durante varios días, hasta que la herida de la sociedad dejaba de sangrar. Hoy en día, y para pesar nuestro, ese tipo de noticias se han convertido en algo cotidiano, tanto que ya no sorprenden a nadie.
Las violaciones sexuales, incluso las más pantagruélicas, han dejado de ser esporádicas y se convirtieron en rutina. Hoy en día, no es extraño escuchar que un hombre maduro haya violado a un niño o a su propia hija. Preocupa pero no escandaliza.
¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Existe una inversión de valores o la población se ha acostumbrado a las noticias de crónica roja? Al parecer, ambas respuestas son válidas.
De pronto, lo anormal se ha convertido en normal y hasta los crímenes más execrables aparecen disminuidos frente a la profusión de noticias sobre delitos y otro tipo de actuaciones antisociales.
El ejemplo internacional más reciente es el del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien, en un acto público realizado en la frontera de su país con el Paraguay, ponderó y reivindicó nada menos que la figura de un terrible dictador como fue Alfredo Stroessner.
Se trata de un evidente contrasentido. Mientras Bolsonaro califica de ilegítimo al gobierno de Nicolás Maduro, que es el presidente que fue elegido por los venezolanos —así sea de manera fraudulenta—, al mismo tiempo rinde homenaje a alguien que tomó las armas por la fuerza y luego violó los derechos humanos durante casi 35 años.
Homenajear a un dictador no es simplemente resultado del practicismo sino algo más grave: la declaración de que lo malo puede ser bueno simplemente porque está en la línea que uno sigue. A partir de ahí, los políticos pueden justificarlo todo, incluso las violaciones a la Constitución y al Estado de Derecho.
Y, ya que se alaba lo malo, lo ilegal y lo despreciable, nada menos que un ex embajador ante el Brasil, Jerjes Justiniano, sorprende a todos sublimando las actitudes del alcalde de Santa Cruz, Percy Fernández, respecto a las mujeres.
Como se sabe, Fernández incurrió en acciones públicas de acoso sexual a tal punto que no tuvo empacho en tocarle las nalgas a una ex presidenta del Concejo Municipal de Santa Cruz y las piernas a una periodista que lo entrevistaba.
Esas acciones fueron condenadas en su momento no solo porque cosifican a la mujer y la sitúan al nivel de un objeto sino, fundamentalmente, por faltar el respeto al género femenino.
Esas y otras actitudes arbitrarias de ese Alcalde demuestran que él ya no está capacitado para ejercer el cargo y, por el contrario, se ha convertido en un peligro para la dignidad de las mujeres, pero todo eso parece importarles poco a los cruceños que siguen reeligiéndole en el cargo.
Debido a que la popularidad de Fernández no ha bajado, parecería que a sus coterráneos les importa muy poco sus acciones antisociales y, según el ex embajador, estas más bien son envidiadas por una población cruceña que quisiera hacer lo que él hace.
¿Será cierto que los cruceños envidian la execrable conducta de su Alcalde? ¿Explica eso su incólume preferencia electoral? Y la pregunta más inquietante aún: ¿Es Percy Fernández un modelo para la sociedad cruceña? De ser así, estaríamos en presencia de una ciudad —más bien una megaciudad— que ha normalizado lo anormal y, por tanto, lo considera bien hecho.
No obstante, a la luz de nuestra legislación, Percy Fernández es un acosador sexual, una persona que, por los desvaríos de su conducta, está incapacitado para gobernar un municipio en el que exista un mínimo de coherencia. Aparentemente, no es el caso de Santa Cruz.