La Iglesia invita a todos los que se sienten responsables consigo mismo, a vivir un tiemplo inigualable de felicidad, de amor, de paz y de encuentro consigo mismo, y, así, vivir la dimensión del encuentro con Dios y con los hermanos, entrando de lleno en la cuaresma del 2019. Ninguna cuaresma se repite, pues cada año es distinta, porque nos encuentra en situación distinta. Hay que entrar de verdad y en profundidad en esta cuaresma para saborear y vivir la amistad con Dios y con los hermanos. La cuaresma o se vive y se celebra, de lo contrario, no hay cuaresma.
El miércoles recibíamos la ceniza en nuestras cabezas y se nos decía; “CONVIÉRTETE Y CREE EN EL EVANGELIO”. Hoy se nos recuerda algo muy importante: todos somos tentados y de muchas maneras; Jesús fue tentado a lo largo de su vida por el diablo, pero de manera especial, cuando lleno del Espíritu, al bautizarse en el rio Jordán, se dirigió al desierto para ayunar cuarenta días. El evangelio de Lucas que hoy nos da la liturgia del primer domingo de cuaresma nos presenta las tentaciones de Jesús. Las tentaciones todas, buscan que nos apartemos de la voluntad de nuestro Padre, Dios. Cada vez que no obedecemos a Dios, hemos caído en la tentación.
La cuaresma es tiempo de oración, y por eso, es tiempo de purificar y autentificar la oración, de hacerla más cristiana, haciendo de la oración lo que debe ser: situarnos ante el verdadero Dios y Padre nuestro, y ante su plan o voluntad; poner en acto, vivo e íntimo, nuestra relación filial con el Padre. No se trata de disponer de Dios, sino de hacernos disponibles a él. Tengamos en cuenta que orar no es tanto decir muchas palabras, rezar muchas oraciones aprendidas de memoria -muchas son buenísimas- cuanto de creer firmemente, para obedecer fielmente; por eso, más que hablar, hay que ponerse en actitud de escucha. El que ora debe buscar, ante todo, la palabra de Dios, pedir que se cumpla, conectar nuestra voluntad con su voluntad.
La palabra de Dios es limpia y clara. Y los que se ven y se reconocen pecadores y deficientes, los que se sienten responsables ante Dios y ante sí mismos, creen en Cristo salvador que nos ofrece la salvación integral. Dejémonos de pretensiones falsas que nos hagan creernos buenos y aceptemos la santidad de Cristo de la cual estamos alejados, pues nos queda mucho camino por recorrer, sino Iglesia de pecadores, deficientes o imperfectos, agraciados con la misericordia del inalcanzable amor de Cristo. Y el que se siente “limpio” no tiene nada que hacer en esta Iglesia. Todos somos pobres pecadores, enriquecidos con el Espíritu del Señor. Iglesia de pobres y para pobres. Pero de verdad, porque en este mundo falseamos todo. Cristo nos enseña a convivir con los pecadores, los indeseables, y murió por ellos, por todos nosotros, aunque no todos nos reconozcamos pecadores. Los fariseos quieren que los demás sean perfectos, lo exigen. No saben hablar de otra cosa. Pero Dios es menos exigente y piensa que de un pecador, puede sacar un hijo de Él.