El proceso de descomposición social de Venezuela ha llegado a niveles en los que es impensable la sostenibilidad del chavismo en el tiempo. No hay manera de que Maduro permanezca en el poder a costa del hambre, miseria, falta de salud y servicios básicos y de trabajo que agobia a los venezolanos. A ello, habrá que agregar ahora, que intervienen en la problemática venezolana pesos pesados de la geopolítica mundial, en una lógica que busca mantener hegemonías o recuperarlas. No otra cosa es el abierto apoyo de China y Rusia a un régimen genocida como el de Maduro, donde a la hora del balance –para chinos y rusos– no pesa la muerte de inocentes, el hambre de millones de seres humanos y la falta de acceso a una vida digna. Pesan intereses económicos y políticos, así como territorios y áreas de influencia y, por supuesto, para el caso venezolano, acceso al petróleo.
No solo es la democracia en términos de devaluación lo que motiva la fuerte presencia de países demócratas como EE.UU o los que componen el Grupo de Lima o los de la Unión Europea, con un discurso que busca reposicionar todos aquellos principios que tienen que ver con el Estado de Derecho, la independencia de Órganos del Estado o la alternancia en el ejercicio del poder, también está en juego recuperar espacios (de poder) que bajo la égida chavista, están controlados por populistas (Podemos de España) y por grupos terroristas que actúan bajo el paraguas de gobiernos como el de Siria por ejemplo.
Ahora bien, para nadie es desconocido que aquellos gobiernos que se identifican con el socialismo del siglo XXI tuvieron en la cotización del petróleo y en la billetera abierta de Chávez, un mecanismo ágil y expedito para financiar un sinfín de propósitos, y que al ser así, no tuvieron reparo en identificar como el enemigo común a EE.UU, el imperio opresor capaz de las peores atrocidades y autor de todos los males que pudieran acontecerles.
No es novedad que a ese país se le haya endilgado ser autor hasta de asuntos de cocina y cama, en una lógica muy goebbeliana que buscaba posicionar mentiras de manera repetida, a fin que se vuelvan verdades. Por tanto, el denominado socialismo del siglo XXI proclamado por Chávez en su momento como la panacea a todos los males, ha significado a la hora del recuento, un proceso de descomposición social, corrupción, saqueo y violación de derechos civiles y políticos sin precedentes.
Mientras el precio del petróleo ayudaba, cualquier error por muy grande que fuera, se disipaba o incluso, pasaba desapercibido. Cuando tuvo que asumirse la realidad, la crudeza de los hechos terminó por ratificar que el chavismo no fue nada más que un movimiento de gentes que buscaban el control del poder a cualquier costa y el saqueo del Estado por encima de todo.
Frente a ello, hoy, Venezuela busca con Guaidó, su Presidente legítimo, encontrar la senda que le permita enterrar definitivamente al chavismo. Lo logrará. Lo que me preocupa es que aún hay gobiernos como el nuestro que persisten, por razones ideológicas y políticas, en un apoyo indisimulado a un verdadero genocida, a un cultor de la masacre de gente en las calles y del destierro y encierro de opositores en las cárceles. Tal el apoyo, que en Bolivia se ha hablado “con preocupación de precedentes” respecto a la presidencia de Guaidó y se lo ha calificado como el “Virrey Colonial”, cuando entienden, en la interna, que no es sostenible un régimen bajo un predicamento donde lo único que importa es el uso de la fuerza para mantenerse en Miraflores.
No existe por tanto, fuerza humana más grande que aquella que nace del pueblo mismo. Es el pueblo, como detentador de la soberanía, el que determina el curso de una Nación, no Chávez, el pajarito de Maduro o su inefable entorno. Incluso con Rusia y China de por medio, no habrá poder en el mundo que evite la caída de Maduro y poder que prive al “Virrey Colonial”, reconducir la democracia raptada.