Enemigos del pueblo

EDITORIAL 13/03/2019
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La etiqueta o “hashtag” #EnemyOfNone (Enemigo de ninguno) fue la más utilizada en las redes sociales de Estados Unidos a mediados del año pasado en una respuesta directa a las acusaciones del presidente Donald Trump.

Quienes más la utilizaron fueron los periodistas que están entre los tres sectores más atacados por el gobernante estadounidense, apenas por debajo de los inmigrantes. Fue –y todavía es– la reacción a las afirmaciones de que los informadores son “los enemigos del pueblo”.

La campaña fue dura pero no tuvo ningún resultado. En noviembre, Trump volvió a confrontar a un periodista, Jim Acosta, de la cadena CNN, a quien le dijo, en medio de una muy difundida conferencia de prensa, que "CNN debería avergonzarse de que trabajes para ellos. Eres una persona terriblemente grosera. No deberías estar trabajando para CNN (…) cuando ustedes divulgan noticias falsas, algo que CNN hace bastante, ustedes son los enemigos del pueblo".

Las palabras del presidente todavía son motivo de análisis, fundamentalmente por su alto contenido racista –Acosta tiene ascendencia cubana, aunque también checa e irlandesa– pero el debate irresoluto del gigante del norte es la libertad de prensa. Al tratarse de un derecho garantizador de todos los demás, no debería estar en debate pero Trump ha logrado uno de sus objetivos, cuestionar la veracidad del periodismo, y su discurso repetitivo está calando en los sectores conservadores estadounidenses.

Así, el polémico gobernante consiguió uno de los objetivos de los regímenes autoritarios o dictatoriales: poner en entredicho a la prensa. Si existen dudas sobre la veracidad del periodismo ¿cómo se puede creer en sus denuncias contra el gobierno? La fórmula es así de fácil: hay que desacreditarla. Cuando una dictadura desacredita al periodismo –llamándole, por ejemplo, “cartel de la mentira”– está afectando su principal patrimonio, su credibilidad.

Trump pelea contra la prensa porque es la única que no se ha dejado absorber por su proyecto hegemónico. Lo mismo ocurre, con sus lógicas variables, en Venezuela donde el chavismo ha anulado a la prensa tanto a través de medidas legales como mediante la asfixia económica.

Las cosas han llegado a tal extremo que un periodista que no se ha quebrado ante el régimen empeorado por Nicolás Maduro, Luis Carlos Díaz, contó que los medios de comunicación social son censurados y perseguidos. Todos los contenidos son controlados por el temido Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) y la relación entre periodistas y sector público ha llegado a tal extremo que han desaparecido las conferencias de prensa y los funcionarios simplemente niegan cualquier tipo de información.

¿Cuál es el denominador común? ¿Cómo es que dos gobiernos que formalmente son totalmente contrapuestos utilizan los mismos métodos cuando se trata de silenciar a la prensa? La respuesta es sencilla: las dictaduras son las verdaderas enemigas del pueblo ya que se instalan en el poder y no quieren dejarlo. Al permanecer más tiempo del debido en el ejercicio del mando, automáticamente conculcan muchos de los derechos de los ciudadanos, fundamentalmente el de la alternancia en el poder. La prensa, que generalmente es la primera en advertirlo, le sale al frente y se produce el choque. Entonces comienza la desacreditación. El enemigo del pueblo; es decir, la dictadura, acusa a la prensa de ser enemiga del pueblo y estalla la espiral de confrontación.

Sí hay un enemigo del pueblo pero este es el gobierno que conculca sus derechos, no la prensa. Por eso es que tanto el gobierno de extrema derecha de Estados Unidos como el de extrema izquierda de Venezuela se enfrentan al periodismo con los mismos métodos.

Por cierto… Luis Carlos Díaz fue detenido ayer por el Sebin.

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