Las ciudades y la seguridad ciudadana

ÁGORA REPUBLICANA 02/04/2019
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El 13 congreso de los alcaldes de América Latina, realizado en Santiago de Chile la semana pasada, abordó, entre otros, el tema de la seguridad ciudadana. En el panel respectivo, se compartió el análisis de las causas y se identificaron los avances y respuestas para enfrentarla.

No hay recetas mágicas ni soluciones únicas y una primera sugerencia fue proponer la identificación de los aspectos profundos que se presentan en cada sociedad y que son los que mueven las conductas humanas.

La violencia, cuando adquiere condiciones estructurales debe enfrentarse en esa dimensión y la sociedad así debe reconocerla. La violencia, como la corrupción o el narcotráfico, son conductas que tienen consecuencias sobre “los otros”, un sujeto pasivo con rostro difuso y un nombre genérico que por supuesto, no somos nosotros. Este es el mecanismo sicológico para descargarnos de la responsabilidad de tener que involucrarnos en la superación de sus causas, comodidad que genera mayores costos cuando su existencia ya es un dato de la realidad.

Sin embargo, la identificación de esas causas son las que podrían ayudarnos colectivamente a no tener que sufrir las consecuencias de sus manifestaciones. La pregunta ¿y qué pasaría si la víctima fuese yo? es un buen instrumento al interpelarnos con la siguiente pregunta: ¿y qué tendría que hacer yo frente a la violencia? El involucrarnos permitiría que nuestras conductas dejen de ser reactivas y superen la condición de venganza social al pedir en discursos encendidos el aumento extremo de las sanciones o la reposición de la pena de muerte frente a una violación colectiva o un asesinato sanguinario.

La falta de compromiso real se demuestra cuando, luego de un tiempo, son las víctimas o sus familiares quienes deben peregrinar solitarias buscando justicia pues la gente y los medios ya estamos ocupados con otros titulares.

Demasiados ejemplos tenemos para recrear esta situación de violencia cotidiana. La lista es dolorosamente generosa. ¿No son actos de violencia, individual o colectivamente asumidos desde la sociedad, la costura de labios, el escribir protestas con la sangre de los afectados, el tapiamiento, el entierro, la crucifixión, el bloqueo, las huelgas de hambre, las marchas, la flagelación, el vestir de pollera a los hombres? Y desde el ejercicio del poder, ¿acaso no es violencia, la violencia legal desproporcionada, el lenguaje sexista, la banalización de las conductas, la mofa o el chiste sobre conductas repudiables?

A esto es lo que se llama identificar los aspectos profundos de las conductas humanas para enfrentar sus orígenes.

Cuando una sociedad enfrenta su propia violencia, las acciones adquieren mayor eficacia. Ellas van desde confrontar la violencia con información, actualización de estadísticas, desentrañar la evolución y manifestación de los delitos, capacitación de actores de cambio con campañas de promoción en favor de sociedades inclusivas y justas que demuestren que la seguridad es un compromiso colectivo, no un objeto de la política.

Y podrán ejecutarse acciones más sencillas e integrales, como reconocer la importancia de la tecnología, las cámaras de vigilancia, los drones, la instalación de luminarias, la construcción de veredas, señalética, el respaldo a las redes sociales, el aprendizaje colectivo, la inversión en fortalecimiento comunitario para concluir, en la promoción de la cultura, las artes y oficios, el turismo, la consolidación de espacios públicos, desarrollo de disciplinas deportivas, que deje en evidencia, inteligentemente, los focos de incivilidad, físicos y mentales.

La evidencia demuestra la necesidad de “iniciativas de paz que vayan en pro del desarme, con más educación y menos armas”.

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