El último reporte del Instituto Nacional de Estadística (INE) informa que el Índice de Precios al Consumidor –ese indicador económico que mide la variación mensual de los montos que se paga al comprar una serie de artículos y servicios de uso corriente– de marzo ha disminuido respecto al de febrero.
En términos precisos, lo que el informe del INE cuenta es que, entre febrero y marzo, el IPC ha tenido una variación porcentual negativa del 0.02%.
En palabras sencillas, quiere decir que, en promedio, el precio de las cosas ha bajado.
Y eso es suficiente para que algunos analistas económicos citados por la prensa adopten, en menor o mayor grado, un tono de alarma, hablen de “deflación” y evoquen la idea de “crisis económica”. Aparte de la publicación del citado informe del INE, las instancias oficiales nada dijeron acerca del asunto. Es interesante observar dos actitudes distintas sobre el mismo tema, como si las cifras de aquel indicador económico podrían ser favorables a posiciones políticas divergentes.
Para aquellos que centran la mirada en la parte vacía del vaso a medias lleno, es fácil encadenar esa variación negativa del IPC con una desaceleración –es decir reducción del crecimiento de la economía– o con la perspectiva de una recesión, o sea la disminución de la actividad económica. Y es fácil también ignorar que las variaciones porcentuales negativas del IPC no son raras: en septiembre del año pasado el IPC varió en un -0.09% y meses antes, en marzo, en -13% y en abril -0.14, o en junio de 2016 -0.48%.
Para el oficialismo, ese -0.02% de variación porcentual del IPC de marzo es una cifra propicia, porque constata una inflación negativa, lo que para el imaginario colectivo se traduce en poder comprar más con la misma cantidad de plata. Y, claro, parece conveniente dar ninguna explicación sobre las causas de esa variación negativa que se centra, de manera específica, en el capítulo de alimentos y bebidas (no alcohólicas) consumidas dentro y fuera del hogar. Las comidas y bebidas son primordiales en cualquier presupuesto familiar y su peso en el IPC es coherente con eso: casi 140 de los 513 artículos cuyos precios componen ese indicador son alimentos y bebidas no alcohólicas.
Y los mercados están repletos de productos alimenticios –procesados o no– provenientes de los países vecinos, donde el tipo de cambio no es fijo como en Bolivia, cuyas monedas se han devaluado, propiciando así la importación, legal o ilegal. Pero eso no nos cuenta el INE, quizás no le corresponde hacerlo y, seguro, no hay para qué decirlo, especialmente a cinco meses de las elecciones generales.