El ajedrez y el presidente

23/04/2019
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Fue un brasileño, Julio César de Mello y Souza, quien escribió la más hermosa leyenda sobre el origen del ajedrez.

Usando un largo seudónimo, que es acortado a Malba Tahan, este profesor de matemáticas cuenta la historia de Iadava, rey de la provincia india de Malidaba, quien perdió a su hijo al repeler el ataque de las tropas del aventurero Varangul. Sumido en la depresión, el rey jugaba estrategias de guerra en una caja de arena hasta que llegó hasta él un joven brahmán llamado Lahur Sessa quien le dijo que había inventado un juego para distraerlo.

El juego utilizaba un tablero de 64 cuadrados en el que las piezas, dispuestas en dos “equipos” de colores blanco y negro, estaban distribuidas de la siguiente manera:

“Cada uno de los jugadores dispone de ocho piezas pequeñitas, llamadas peones. Representan la infantería que avanza sobre el enemigo para dispersarlo. Secundando la acción de los peones vienen los elefantes de guerra, representados por piezas mayores y más poderosas; la caballería, indispensable en el combate, aparece, igualmente, en el juego, simbolizada por dos piezas que pueden saltar como dos corceles, sobre las otras; y para intensificar el ataque, se incluyen – representando a los guerreros nobles y de prestigio– los dos visires del rey. Otra pieza, dotada de amplios movimientos, más eficiente y poderosa que las demás, representará el espíritu patriótico del pueblo y será llamada la reina. Completa la colección una pieza que aislada poco vale, pero que amparada por las otras se torna muy fuerte: es el rey”. 

El juego entusiasmó tanto a Iadava que le sacó de su depresión y, para recompensar a su autor, le dijo que le daría lo que pidiese. Sessa pidió un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta y así duplicando sucesivamente hasta la sexagésima cuarta y última casilla del tablero. Lo sorprendente es que el resultado final era una cantidad de trigo inexistente en el mundo. De Mello cierra la leyenda señalando que el rey premió al joven brahmán nombrándolo primer visir.

Este curioso relato no solo entretiene sino también enseña y es una muestra de la utilidad que tiene el ajedrez, justicieramente llamado deporte ciencia. Jugarlo es todo un arte y ha formado a algunas de las mentes más brillantes de los últimos tiempos. No obstante, es preciso apuntar un hecho innegable: sus reglas son tan claras y precisas que no se modificaron a lo largo de los siglos. Los nombres de las piezas pueden variar –así, el visir ahora es el alfil–, pero no sus movimientos.

Ni siquiera los ajedrecistas más preclaros del mundo, como Bobby Fisher, se atrevieron a cambiar las reglas del ajedrez. Muchos presentaron variantes pero el concepto siempre es el mismo: un tablero de 64 casillas en el que se enfrentan dos equipos de 16 piezas cada uno.

El presidente Evo Morales volvió a dar de qué hablar el fin de semana al mover unas piezas de ajedrez de manera inadecuada y justificarse después señalando que hizo sus propias normas. Es probable que el Jefe de Estado se haya acostumbrado a actuar con normas propias, sin tomar en cuenta las preexistentes, pero eso no va en el ajedrez.

Desde su célebre “le metemos nomás” hasta la actual y permanente violación del artículo 168 de la Constitución Política del Estado, nuestro gobernante se ha acostumbrado a vulnerar las normas. Sería útil que alguien le explique que eso tampoco se debe hacer.

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