Ya ha comenzado en América Latina la aplicación de las pruebas para el Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE-2019) que realiza la Unesco. En estos días se iniciaron en la República Dominicana y concluirán en el Estado Plurinacional de Bolivia, en noviembre.
Las pruebas internacionales no miden, cierto, todos los logros. Por ejemplo, pretendemos que nuestros estudiantes adquieran los valores de una sociedad democrática, las competencias para el ejercicio de la ciudadanía y la capacidad para aprender a lo largo de la vida. Además, claro, de los conocimientos necesarios para su desarrollo personal y profesional, que son los que sí evalúan las pruebas internacionales. Las del Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (Llece), comienzan a ser la excepción en el ERCE-2019. Por primera vez, la prueba evaluará algunos aprendizajes no cognitivos: habilidades socioemocionales, tales como la empatía, la aceptación de la diversidad, el autocontrol, entre otras.
No hay que confundirse, las pruebas no evalúan a los alumnos, toman examen a las escuelas y a las disposiciones de política con las que se las guía. Son ellas las sometidas a escrutinio para saber si están logrando alcanzar aquello para lo que se supone que existen. El año de la evaluación de la calidad, anunciado oficialmente, ofrecería la oportunidad para un diálogo sobre este examen a la escuela. Claro que estos tiempos electorales no dan para conversaciones objetivas sobre en qué medida las escuelas están cumpliendo con su razón de ser, pues toda legítima preocupación ciudadana suena destructiva y toda explicación oficial está teñida de autodefensa.
Cuando los resultados de estas pruebas se conozcan, en 2020, proponemos que el diálogo transparente y público se acompañe con investigación y estudios para aprovecharlos al máximo. Aunque esas acciones bien podrían tener sus prolegómenos, pronto. Si una sociedad no logra construir acuerdos para un asunto de crucial importancia para moros y cristianos, como es la calidad de su educación, demostraría la carencia de una característica fundamental de la vida democrática.
Tema fundamental del diálogo es qué decisiones tomar a partir de los datos. La experiencia muestra que un uso común de los resultados es la simple verificación de si los niveles de desempeño son o no los esperados. Y qué lugar ocupa el país en las comparaciones internacionales. La sociedad reacciona, usualmente, con críticas y censuras a los ministerios de Educación y con escandalosos titulares de prensa. Pasado el vendaval mediático… a otra cosa, mariposa.
En ocasiones, las evaluaciones llevan a los niveles centrales a decisiones de tono pedagógico muy pobre: sancionar, exigir, clasificar públicamente a los centros educativos, atemorizar... Simple ejercicio de poder que busca identificar el error para estigmatizarlo o castigarlo y que las escuelas traducen como reprender, castigar, exigir más estudio a los alumnos. Total, continuar con más de lo mismo, descargando todo el peso de la responsabilidad en los estudiantes, y… hasta la próxima.
El componente ético y social de la evaluación demanda, más bien, enriquecer el proceso de aprendizaje: explicar qué hicieron o dejaron de hacer el maestro y la escuela, rectificar, reproducir las prácticas didácticas que explican los buenos resultados de otras escuelas y maestros, compartir y dialogar. En definitiva, considerar la evaluación como aprendizaje que ayude a la mejora. Esa es otra manera de utilizar los resultados.
En el examen a la escuela, será importante analizar las claves para contar con mejores escuelas: que el currículo (contenido y prácticas didácticas) sea riguroso para introducir al conocimiento y al trabajo, que los estudiantes construyan proyectos relacionados con sus vidas y objetivos, que tengan adultos que los conozcan, los cuiden y los impulsen a lograr cosas.