Uno de los ejes del discurso del gobierno es la colonización que es presentada por los voceros gubernamentales como el proceso de sometimiento que ejecutaron los españoles sobre las culturas originarias de esta parte de América a partir de la llegada de Cristóbal Colón.
Con ese razonamiento, se considera que todo lo vinculado con España es malo, dañino, y debe erradicarse. Eso fue lo que determinó atentados contra bienes o símbolos de España en América y constituye el principal argumento para que el mismísimo presidente del Estado plantee cambiar las letras de los himnos departamentales que hacen referencia a España.
Lamentablemente, su razonamiento está basado en errores de fondo, de forma y, fundamentalmente, en una lamentable ignorancia de los procesos históricos que devienen en resultados sociológicos.
Y el más grande error es creer que “colonia” viene de “Colón”.
En realidad, la palabra “colonia” existe desde mucho antes del nacimiento y los viajes del marino supuestamente genovés. Un documento que data del año 1129, incluido en un diccionario digital de la Universidad de Salamanca, revela que “’colonia’ es una palabra latina que significa ‘territorio cultivado’ y, por extensión ‘grupo de personas enviadas a cultivar un territorio’”.
Para llegar a ser tal, el latín “colonia” pasó por un largo proceso cultural. Viene de “colonus”, que quiere decir “labrador, habitante”, que, a su vez, proviene de “colere” (cultivar, habitar). “Colere” tiene origen griego pues es un derivado de “kol” cuyo significado original era “podar”. El Diccionario de la Lengua Española dice que “colonización” es “acción y efecto de colonizar” y, a su vez, “colonizar” significa “formar o establecer colonia en un país”.
Si nos limitamos al territorio que hoy corresponde a Bolivia, encontraremos que los españoles no llegaron a establecer ninguna colonia. Se apoderaron del Tawantinsuyu por la fuerza, tomaron preso a su gobernante, Atahuallpa, obtuvieron de él toda la información posible sobre yacimientos de oro y plata y lo asesinaron. Luego se dedicaron, por una parte, a sofocar la resistencia militar y las revoluciones, y, por otra, a buscar los yacimientos cuya ubicación le había confiado Atahuallpa a Francisco Pizarro.
Por tanto, de inicio no establecieron colonias sino que se dedicaron a buscar oro y plata y fundaron ciudades, no con ánimo urbanístico sino solo para que les sirva de asiento para la explotación de minerales. Ergo, los españoles no vinieron a colonizar sino a depredar.
Por ello, resulta inadecuado hablar de “colonización” para referirse al sentido opresor que tuvo la dominación española en tiempos de la ocupación del continente. Para ello, la palabra más apropiada es “coloniaje”, que es el “período histórico durante el que los países americanos fueron una colonia española”. El grande detalle es que el uso inexacto del apelativo “colonias” para referirse a los territorios que las potencias europeas tenían en América corresponde precisamente a estos así que, al seguirles la corriente, los indigenistas que hablan de “descolonización” están mostrando que ven el mundo igual que ellos; es decir, están europeizados.
Ya en 1939, Gustavo Adolfo Otero escribió que “el vocablo colonia fue alumbrado a la lengua española en la alborada del siglo XIX y está empapado de espíritu polémico, parcial y para nosotros, los descendientes, absolutamente fenecido. Esta palabra pasará un día a los museos como los pistolones arcaicos que pudieron usar los guerrilleros”.