¡Acaba de pasar la época de las frutas y decidieron someternos a sus placeres! ¡Ahora, de sopetón, el frío nos arranca más de un temblor! ¿Me equivoco, no son los placeres nuestros? Jugosos higos, deliciosos duraznos, tunas tercas, mangos vallunos, paltas tremendas, chirimoyas seductoras, guayabas remolonas; solo estas para no nombrar a todo el paraíso. Algunas se han ido hasta la siguiente estación, otras frutas permanecen o llegarán.
El relato bíblico ya nos habló de conflicto, aquel fruto, que no la manzana, pues la Sagrada Escritura no nombra al fruto de la tentación, las frutas nos han abundado y seducido nuestros paladares con variopintos sabores y matices. ¡Esas delicias que se dedican a mantenernos felices o tentados!
Quiero relatar mi relación con las frutas. Nací en un valle amable en el que abundan las frutas. El sonido de la lluvia serena, desde entonces me informa de bendición y de disfrute, de familia. Resulta que cuando la lluvia sometía a los campos con su fértil mensaje, mis papás nos reunían en la sala de la casa y, en una eucaristía familiar nos pelaban las frutas que disfrutábamos, papás y hermanos, con callado agradecimiento y ofertorio. Al final recogíamos algún canasto de cáscaras y pepas que los animales de granja disfrutarían al igual que nosotros. Este círculo eucarístico es el que recuerdo con más pasión de mi infancia. Mis papás, sin mucha predicación y amonestaciones nos hacían familia, por el silencio y la ceremonia. Desde entonces no suelo rechazar la delicia de ningún fruto. Los frutos me recuerdan a mi hogar, al empeño de permanecer juntos, alimentados y bendecidos.
Con esto no quiero perfilar ni postular que las frutas debieran disfrutarse como en mi infancia, lo que pretendo es invitar a que agradezcamos a los empeñosos hortelanos, a la gratuita lluvia, a los campos fértiles, a las planicies serenas y a las laderas caprichosas por regalarnos sus frutos y hacernos saber los variopintos sabores de la felicidad y de la bendición.
La fruta, sea en metáfora o en la realidad, ha sido símbolo de la perdición, me refiero a lo bíblico; lo puede ser también de bendición o de redención.
La fruta, por lo científico, es también causante de que el tal Newton formulara la ley de la gravedad. Me parece que esta vez fue la manzana la provocadora de tal inteligencia. Para los que nos las damos de tomar las cosas en su costumbre no se nos habría ocurrido esa astuta pregunta de por qué las cosas tienden a precipitarse y no a elevarse. Desde ese físico perspicaz se nos ha simplificado y complicado la vida, lo de complicado viene por las arduas jornadas en aula para aprendernos las fórmulas que debemos recordar y aplicar.
La fruta supone también un insulto, por los tomatazos que se dan en algunas rabias colectivas, o simplemente son festivales de concurrencia, como las tomatinas de algunos pueblos en España.
Las frutas también son la dieta religiosa. Corpus Christi nos ofrece una real y rigurosa manera de entender la gracia y la comunidad, la costumbre con manjares que no insulten a la carne.
No me olvido de los jugos, tan nutritivos y deliciosos, aquí entran las ensaladas de fruta, en postre o a destiempo, sin que esto tenga que ver con el desliz de predicar que pueda afectarnos el dicho de almorzarse el desayuno, más bien referido a otra índole de imprudencias.
Las frutas son también vengativas, nos someten a indigestiones, diarreas o estreñimientos, según el orden o el desorden en el que nos las engullimos.
¡Tan recursivas y recurrentes las frutas, las de temporada y las perennes, como ahora las manzanas!
Al acabar esta paladeada se me hace agua la boca y estoy a punto de hincarle el diente a cuanto durazno e higo que me esperarán en el patio de mi casa.
Disculpe quien al no intentar leerme me reproche tamaño temita, no tan importante ni interesante. Es que soy fanático de Neruda en sus versos simples, dedicados entre otras cosas, al trigo, la complicada cebolla, al aceite, el ajo. En talento no le alcanzo a los talones. Es que lo simple me gusta cada vez más: ni Salomón en toda su pompa y banqueteo pudiera compararse al sabor definido de una simple fruta.