Los chicotes en el campo

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 30/06/2019
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Que un dirigente desafíe a un duelo de chicotazos a un diputado no es simplemente una anécdota. A despecho de aquellos que solo se fijan en el árbol y no en el bosque, ese hecho es una noticia que, como tal, debió merecer mejores lugares que los que tuvo en la prensa nacional.

Es que no es chismografía. Detrás del chicote existe tradición e historia en Bolivia y, si el contexto incluye el área rural —hoy llamada dispersa—, entonces hay que agregar otros elementos como, por ejemplo, la justicia comunitaria.

Por una parte está la discusión, todavía inacabada, sobre el origen del chicote. En nuestro país es entendido como sinónimo de cinturón o correa que, a su vez, es una tira que se utiliza para sujetar ciertas prendas de vestir. En Europa, chicote es el “cabo o punta de un cigarro puro ya fumado” y así aparece en el Diccionario de la Lengua Española. Por ello, se dice que el chicote, en el sentido de “látigo” o “azote” surgió en nuestro continente y por ello fue asumido como un americanismo.

La discusión está vigente y, como no termina, nosotros nos limitaremos a hablar sobre el significado del chicote en ciertas áreas geográficas de Bolivia, particularmente del occidente boliviano. Allí, la función del chicote como cinturón o correa es subsidiaria porque, en realidad, se considera un arma y, por tanto, se maneja como tal.

Y la discusión comienza por allí. Aunque los grabados y referencias de los cronistas dan cuenta del uso de la correa en la vestimenta de los pueblos andinos, no faltan los historiadores que creen que la conversión de esta en un arma, cuando está hecha de duro cuero, tiene que ver con el uso del látigo para disciplinar a indios y negros sometidos por los españoles. Los que rechazan la teoría recuerdan que, por una parte, los indios nunca fueron esclavos y, por otra, los negros no eran tan maltratados como se puede ver en las películas debido a que eran objetos de alto valor económico y, por tanto, no convenía que se deterioren. Estas apreciaciones, empero, son generales ya que, desde luego, hubo muchos casos en los que unos y otros recibieron latigazos.

Pero está también la teoría “pecuaria”, aquella que está vinculada a la crianza de animales con fines utilitarios. Se sabe que muchas organizaciones sociales de tiempos prehispánicos dependían de las llamas, tanto por su carne y lana como por su carácter de bestia de carga, así que era empleada para el transporte de bloques de sal como parte de la actividad de intercambio de productos. Las caravanas de llamas eran arriadas por pastores o llameros que utilizaban correas para tal fin.

Por tanto, no se puede precisar el momento en el que esta correa o chicote se convirtió en un instrumento para golpear a otras personas. Tampoco son claras las razones por las que asumió el nombre que hoy se presenta como americanismo. Lo evidente es que en ciertas regiones del occidente es símbolo no solo de castigo sino de justicia y, por ello, se ha hecho común, también, la palabra “chicotazo”.  

El chicote, como instrumento de castigo, ha pasado a formar parte de la justicia comunitaria y, por tanto, muchas veces se emite sentencias a recibir chicotazos.

Ese parece ser el sentido que el dirigente de Omasuyos y el diputado Rafael Quispe le dieron a los chicotes y chicotazos cuando se desafiaron a un encuentro que, finalmente, no se produjo porque aquel optó por no presentarse en la plaza de Achacachi. Y es que el honor no solo vapulea la política sino también las tradiciones.

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