Pasan los años y El gatopardo, la novela póstuma de un discreto aristócrata siciliano, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, sigue interesando a amantes de la gran literatura y a los académicos de la ciencia política. Leer El gatopardo es hacer un ejercicio de reflexión sobre la historia y la política, en el que las conclusiones pueden ser muy dispares e incluso diametralmente opuestas, pues la obra es mucho más que un relato psicológico sobre la unificación italiana o las consecuencias del desembarco de los garibaldinos en Sicilia en mayo de 1860.
La cita más conocida de El gatopardo, “Si queréis que todo siga como está, es preciso que todo cambie, ¿me explico?”. En los últimos cien años, y sin agotar los ejemplos, los grandes diseños del orden internacional se han caracterizado por cambios espectaculares en las formas, y tampoco han faltado los propósitos mesiánicos. En 1919, el orden de Versalles creó la Sociedad de Naciones para evitar nuevas guerras y cantó las excelencias de la libre determinación de los pueblos, pero los intereses de las potencias siguieron estando en primera línea. Estaban dispuestas si fuera preciso a renunciar a la guerra en sentido estricto, aunque no al uso de la fuerza. Los acontecimientos de la década que precedió al segundo conflicto mundial pusieron de relieve que en el mundo no habían cambiado tantas cosas.
Otro tanto podríamos decir de los tiempos posteriores a 1945, en los que el sistema de Naciones Unidas no era incompatible con la continua pugna, en sus más variadas facetas, de las dos grandes superpotencias en la Guerra Fría. Luego, las ilusiones de cambio se hicieron más intensas en la Posguerra Fría, en la que supuestamente se había llegado al puerto del fin de la historia. Se olvidó una vez más la imperfecta naturaleza humana y el realismo más elemental, al que sería injusto calificar de cinismo.
Otra frase relevante es “El sueño es lo que los sicilianos quieren, ellos odiarán siempre a quienes los quieren despertar, aunque sea para ofrecerles los más hermosos regalos”. Esta cita me hace pensar en la “exportación” de la democracia, que, en muchos casos se ha quedado en una mera caricatura formalista del original. Tampoco quiso ser despertada, por poner solo un ejemplo, la población de Irak. Seguramente no apreciaban demasiado a Sadam Hussein, aunque muchos estaban conformes con las distribuciones de roles e influencias dentro de un variado mosaico étnico-religioso. Acaso preferían la injusticia al desorden, por decirlo con una controvertida frase de Goethe.
Desde el momento en que impera la ofuscación ideológica o partidista, la verdad es sacrificada en el altar de los mitos. “Decir la verdad es revolucionario” es una frase atribuida a Antonio Gramsci, el comunista heterodoxo, pero el problema de muchas ideologías es que el mito ha terminado por secuestrar a la verdad, e incluso por negar su existencia. La posverdad de nuestros días hace otro tanto, e influye con fuerza en la opinión pública que, según Pascal, autor muy estimado por el escritor siciliano, es la reina del mundo.
Tras leer El gatopardo, ¿hay que recomendar la resignación o el fatalismo? Nada más lejos. Su filosofía del desengaño, muy propia del barroquismo siciliano, debe de ser combatida por un mayor interés por la realidad cotidiana, aquella que, en apariencia, puede resultar gris o sin interés, pero que está más cerca de la verdad que el ensimismamiento gatopardesco. Es el momento de cultivar nuestro jardín, como decía Voltaire en Cándido, lo que no significa encerrarse sino tener un amplio sentido de la responsabilidad.