Las encuestas tienen un precio y no es barato. Debido a ello, cuando algún medio o grupo de medios contratan una, no incluyen la cultura entre las preguntas. Por ello, no existen encuestas formales, con trabajo de campo incluido, que revelen cómo está, por ejemplo, el grado de conocimiento de una sociedad respecto a determinados temas.
Sería interesante saber cuánta gente está informada sobre el cambio climático, o sobre el efecto que causa la simple y mera actitud de botar basura a las calles. Son temas importantes, incluso para la sobrevivencia de la raza humana pero muy rara vez se los incluye en encuestas porque, indudablemente, el interés de la gente está en otra cosa.
Interesa saber quién ganará las elecciones, sea de este o de cualquier otro país, y el interés de los medios es acercarse lo más posible a los resultados finales. Por ello, es estúpido pensar que haya algún medio que se preste a difundir encuestas falsas porque eso es atentar contra su credibilidad, que es su principal patrimonio.
Hay encuestas de percepción electoral pero no de cultura. No sabemos cómo es el nivel de lectura de la gente pero tenemos una idea sobre cómo piensa votar en octubre. El resultado de esta actitud es el de una sociedad con un bajo nivel de conocimientos y, por tanto, con escasa capacidad para el debate.
Existe una Bolivia ilustrada, pero cada vez más reducida, y una con intereses diversos pero alejada de la ilustración. Tuvimos la oportunidad de ver la primera en Sucre, durante toda la semana pasada. El X Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Bolivianos nos mostró a una enorme cantidad de profesionales dedicados a la investigación de temas de Bolivia o estrictamente relacionados a ella. Y no se trata simplemente de profesionales con grado académico sino superior a este. La mayoría de las conferencias que se ofrecieron fueron de temas de doctorado.
Lo que se vio en esta cita es un evidente nivel de debate; es decir, los temas que son expuestos se convierten en motivo de discusiones porque el público está integrado por personas que tienen iguales conocimientos. Se produce, entonces, un saludable intercambio de criterios que permite, la más de las veces, llegar a conclusiones comunes sobre temas de interés general.
El debate, entonces, sirve para conocer cuánto conocimiento tiene una persona sobre un determinado tema. Cuando este instrumento se traslada al terreno de la política, es doble, triplemente útil porque puede utilizarse para saber cuánto conoce un candidato sobre los temas que son de su incumbencia. Precisamente por esto, los debates son prácticamente una institución en otros países, tanto que algunos llegan a incluirlo en su normativa electoral. En otros, como Estados Unidos, se opta por el espectáculo y se los transmite.
Dependiendo del público al que está dirigido, que generalmente es el grueso del electorado, un debate puede decidir una elección, particularmente en escenarios en los que los indecisos constituyen un buen porcentaje de los votantes. Por ello, quienes participen en uno tienen que estar debidamente preparados.
En Bolivia no tenemos debate electoral porque el nivel de los candidatos no da para tanto. Este no es un fenómeno reciente sino que se remonta al apogeo de Gonzalo Sánchez de Lozada. Fue este político quien siendo candidato, primero, y presidente, después, convirtió el debate en un circo porque reducía muchas de sus intervenciones a chistes, no siempre con afortunados desenlaces.
Ahora el debate es una utopía. Los candidatos que no tienen la capacidad de afrontar uno, generalmente por escasa preparación en algún tema, se limitan simplemente a no aceptar o envían a otros a que debatan por ellos. Y la comedia ha llegado a tales niveles que ahora sí se puede decir que habrá payasos en el Parlamento porque entre los candidatos también hay comediantes.