La vida loca

LA LUZ Y EL TÚNEL Róger Cortez Hurtado 30/07/2019
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La proximidad de las elecciones agudiza las expresiones de inquietud por la posibilidad de que las fallas y carencias de la oposición partidista apuntalen las chances de que el régimen corone su afán de reelegirse. La primera fuente de este desasosiego proviene del más reciente sondeo y, la segunda, de la insubsanable división de las principales candidaturas que enfrentan al binomio oficial.

Si la observación se limita a la última encuesta, olvidando toda la información de casi dos años de sondeos periódicos, se oscurece la cuestión esencial que es la estrecha prisión que encierra las posibilidades electorales oficialistas.

Una campaña cotidiana que, con gastos que cuadruplican a los de cualquiera de sus oponentes, no consigue alcanzar los añorados 40 puntos porcentuales, indica que quien debe estar angustiado (y lo está) es el que no ha dejado un solo día sin hacer campaña, desde el mismo instante en que juró todo lo que no ha cumplido y, adicionalmente, por esta o cualquier razón, copa más del 70% de la cobertura noticiosa diaria. 

Entonces, el hecho realmente sobresaliente del conjunto de las encuestas es el estancamiento de la intención del voto del MAS, en un círculo vicioso donde avanza y retrocede, sin poder superar el pesado techo que se ha construido.

El millón y más de electores que perdió toda expectativa en que el régimen se rectifique casi no tiene margen para desandar ese camino, pero en vez de hallar un referente firme y nítido, se encuentra con un vacío persistente de acciones, propuestas y horizontes que, aparentemente, obedece a una estrategia basada en la suposición de que levantar cabeza es demasiado riesgoso, o inclusive favorable al oficialismo.

La presentación de programas y listas parlamentarias altera de forma muy pasajera la fase de invisibilidad y mutismo que caracterizó a las candidaturas opositoras, pero será completamente insuficiente para sumar electores profundamente convencidos, a saltos que es como se necesita, si no se presenta un viraje que modifique profundamente el estado de ánimo prevaleciente. Un enfrentamiento franco y abierto con las principales salvaguardas de un triunfo amañado del régimen, como son el TSE y el TCP, es prácticamente ineludible para ese propósito.

Y esto, debido a que el problema de fondo no se limita a vencer en el recuento de votos, manteniendo además a raya a los tribunales electoral y constitucional (TSE y TCP), sino a construir una capacidad de gobernar que neutralice una segura y desesperada contraofensiva de las fuerzas del régimen.

Un esmirriado triunfo apenas serviría para dar alas al retorno del MAS, antes del plazo constitucional de cinco años, “abstracto”, como le gusta apuntar al actual vice. 

Se necesita ganar con fuerza arrasadora, porque las tareas no se limitan al de por sí gigante esfuerzo de reparar todos los daños acumulados, sino a enfrentar un periodo de profundas transformaciones, que han quedado pendientes, de acuerdo a las definiciones de nuestra Constitución.

La creencia de que las fallas y vacíos observados hasta ahora se superarían a través de algún tipo de unidad opositora no toma en cuenta que la verdadera cuestión radica en construir una gran coalición social, no en amalgamar frentes electorales. Reducir las tareas a un acuerdo entre candidatos y jefes, es no asumir ni los riesgos de un triunfo flojo, ni el tamaño del indispensable cambio de modelo de desarrollo, para que el país pueda triunfar sobre los retos sociales, ambientales y económicos que están encima nuestro. 

La ansiedad por no ser desalojado del poder, manteniendo el ritmo de vida loca de la conducción del MAS, absorbida por la sensualidad y recompensas que trae ejercer el control y el mando arbitrariamente y sin frenos, continuará minando sus bases, agudizando los apetitos y pugnas, cada día más inocultables; pero que resultan insuficientes, por sí mismas, para que colapse históricamente.

Eso ocurrirá cuando una incuestionable mayoría asuma que el desalojo del grupo dominante debe abrir espacio a una era de regeneración y renacimiento, no a la de un cambio de guardia para la reproducción de los poderes instalados.

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