Nuestro país figura como uno de los países que menos seriamente está enfrentando el problema del cambio climático pues sus políticas públicas van en sentido opuesto a lo que recomienda el consenso científico
Cuando el clima no se comporta como siempre, suele decirse que se pone caprichoso. Tomando en cuenta que las variantes climatológicas no están sometidas a capricho alguno, sino a los daños que el ser humano le ha causado al planeta, esa metáfora resulta inaceptable.
A nivel global, la humanidad ha dañado la capa de ozono y, debido a conductas que podría frenar y no lo hace, como la de quemar pastizales para habilitar tierras y sembrar en ellas, ha provocado, incluso, que cambie el clima en el planeta. Por ello es que actualmente tenemos temperaturas inusuales que ya no corresponden a la lógica de las estaciones.
Por lo apuntado, como en gran parte del mundo, la agenda informativa de nuestro país nuevamente tiene entre sus principales prioridades el recuento diario de los daños causados por los desastres naturales. Incendios masivos en unos lugares, inundaciones en otros, récord de calor en el hemisferio norte y de frío en el sur. Vientos huracanados, sequías, derretimiento de los glaciares son, entre muchas otras, las formas como a lo largo y ancho del planeta se manifiesta el mal.
Y no es casual que así sea, pues toda la información indica que el clima está efectivamente cambiando, lo que ocasiona que los fenómenos naturales se manifiesten con una inusitada intensidad. Esa ya no es una hipótesis sujeta a confirmación, sino un dato de la realidad ya ampliamente corroborado.
Un ejemplo de lo dicho es el más reciente informe de la Agencia Oceanográfica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés), según el que el pasado julio fue el mes más caluroso registrado en el planeta en los últimos 140 años.
El fenómeno se produce simultáneamente en la superficie terrestre y en los océanos. En la primera, el promedio en julio fue 1,23 grados mayor que la temperatura media en el siglo XX, que fue de 14,33 grados, con lo que el mes pasado fue el segundo julio más caluroso en los continentes, después del de 2017, lo que tiene directa relación con el régimen de lluvias. Y si se compara con los registros anuales, se espera que lo peor recién llegará en diciembre.
Los informes de la NOAA, como ya es habitual desde hace algunos años, tienen especial repercusión porque provienen de uno de los centros científicos que se destaca por su escepticismo sobre la magnitud del cambio climático. Una posición sobre el tema mucho más cautelosa que la del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) que, desde hace ya muchos años, insiste en alertar sobre los riesgos que trae consigo el deterioro del clima planetario.
En lo que a nuestro país corresponde, el panorama es aún peor pues el reporte del IPCC incluye a Bolivia entre los países que más contribuyen al cambio climático por el ritmo intenso al que está destruyendo su cobertura vegetal como consecuencia de las políticas encaminadas a ampliar la frontera agrícola a expensas de los bosques tropicales. Es así que mientras se reporta altas temperaturas en el hemisferio norte, más abajo de la línea del Ecuador hablamos de frío, mucho frío.
Empero, nuestro país figura como uno de los países que menos seriamente está enfrentando el problema del cambio climático pues sus políticas públicas van en sentido opuesto a lo que recomienda el consenso científico y ahí sí que podemos hablar de caprichos o, peor, de actuar en función al beneficio de un sector de la población como es el de los cocaleros. En otras palabras, en lugar de asumir medidas para proteger el planeta, el gobierno boliviano hace exactamente lo contrario.