Mucha gente, cuando hablo con ella, me da la sensación que piensa que el trato con Dios nos hace necesariamente negativistas en nuestra apreciación de las cosas de este mundo. O al revés, que sólo quienes no quieren o no pueden disfrutar de las alegrías de la vida presente, pueden ocuparse de las cosas del espíritu y de la búsqueda del gozoso futuro en el cielo. A este propósito quiero contar una anécdota verdadera de la vida de san Carlos Borromeo, quien fuera arzobispo de la diócesis de Milán, Italia. Un día, mientras san Carlos jugaba a los naipes con unos amigos, se originó en la conversación una pregunta: ¿qué haríamos si supiéramos que vamos a morir dentro de una hora? En las respuestas hubo variedad de opiniones. La de san Carlos fue esta; “Yo seguiría jugando” ¿Por qué esta respuesta? Porque el Santo sabía muy bien lo que hacía. Es san Pablo en la carta a los fieles de colosas quien dice: “cuando coman, cuando beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo a gloria de Dios. El que vive en la presencia de Dios, está preparado siempre.
El evangelio nos da un mensaje grandemente aleccionador para el vivir diario, siendo felices en la búsqueda de todo aquello que nos es necesario a todos. Este mensaje de Jesús puede ser como un “aguafiestas”, en el afán de buscar las riquezas y poseer más y más. Pues no. Jesús es un buen pedagogo. El retrato del rico insensato no pierde actualidad. La lección, es clara: nos invita al desapego del dinero porque no es un valor absoluto, ni humana ni cristianamente. Una de las idolatrías que sigue siendo más actual, en la sociedad, y, también entre los cristianos, es la del dinero. Vivimos en una sociedad con una ambigüedad de valores, que es una continua tentación a apártanos de los valores imperecederos. Bien nos vendría hacer una listado de todo aquello que consideramos como valor. Jesús no nos está invitando a despreciar las riquezas o bienes de la tierra, pero sí, a no dejarnos a esclavizar por ellos. Tampoco quiere que seamos flojos, sin hacer nada y abandonar el trabajo, pero sí, que no demos valor prioritario a lo material, porque hay cosas muy importantes, hasta humanamente. Nos invita a saber dónde están los valores de los cuales no podemos prescindir en toda nuestra vida. El dinero tiene una función, pero por encima del dinero y del bienestar material está la amistad, la vida de familia, la cultura, el arte, la comunicación interpersonal, el sano disfrute de la vida, la ayuda solidaria a los más necesitados, el crecimiento en el espíritu de Jesús, para ir acercándonos a la altura de Cristo, al hombre perfecto en Cristo.
Hay que darse tiempo para sonreír, para jugar y “perder el tiempo” con los familiares y amigos. Pero, por encima de todo, están los valores transcendentales, cara a Dios, lo que Pablo nos ha ido dando durante estos domingos en la carta a los colosenses, “busquen los bienes de arriba” que ya son nuestros mejores valores desde ahora: la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos, el vivir en cristiano las 24 horas del día, la vida de colaboración con los hermanos de la Iglesia, el testimonio de fe ante los hijos y vecinos. ¿Estamos viviendo de acuerdo a lo que Dios quiere de nosotros?