Verdad de Perogrullo es que las cosas entran por los ojos. Por eso resultó impactante que el primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, utilice con frecuencia la bicicleta como medio de transporte. La primera vez que se informó algo así fue en 2014, cuando debía reunirse con el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y, a partir de entonces, varios fueron los reportes en ese sentido.
Es probable que Rutte, cuyo cargo es equivalente al de jefe de gobierno, utilice también medios de transporte más ortodoxos, como el automóvil, pero su uso de la bicicleta es tan habitual que incluso se lo ha visto acudir en ella a reuniones con el rey de Países Bajos, Guillermo Alejandro. Sus razones oficiales van desde el cuidado del medio ambiente hasta la austeridad.
Ahora bien, en lo que hace a nuestro continente, desde México hasta Argentina, pasando por Ecuador, Paraguay y Uruguay, la tendencia de las administraciones presidenciales respecto al presupuesto destinado a los gastos de transporte de sus jefes de Estado se orienta a la austeridad.
En aquellos países, esa voluntad de reducir el dinero que se destina a los desplazamientos de sus gobernantes se traduce en decisiones como optar por los vuelos comerciales para los viajes internacionales de sus gobernantes y eliminar futuras adquisiciones de aeronaves destinadas al uso presidencial.
La voluntad de austeridad de aquellos cinco presidentes americanos está motivada, seguramente, por reducir el déficit fiscal que registra cada uno de sus Estados, igual que el nuestro.
En nuestro país, la vocación de servicio y la actitud de igualdad entre ciudadanos son extranjeras. Como el primer ministro holandés que no solo limpia el suelo que ensucia, como también se le ha visto en la televisión y las redes sociales, sino que también rehace el nudo desamarrado del cordón de su calzado, sin esperar que alguien haga esa simple tarea por él.
Y, claro, lo que cuesta al Estado el desplazamiento y transporte del primero y más importante de los funcionarios públicos, nuestro presidente, no es un asunto que vaya a cuestionarse.
No es que el primer mandatario “…se va de fiesta... ni está ahí paseando”, respondió –sin ironía–, el Ministro de Defensa cuando la prensa puso en cuestión el elevado costo que significan los desplazamientos del presidente en helicóptero, incluso en tramos tan breves como el que separa la residencia presidencial de San Jorge de la Casa Grande del Pueblo, la nueva sede de la Presidencia, dotada de un helipuerto.
Los vuelos en helicóptero, cuyas operaciones, combustible y mantenimiento las paga el Tesoro General del Estado, no son exclusividad del Presidente. No. Son también un privilegio del Vicepresidente.
El detalle, el gran detalle, es que esos desplazamientos o, mejor, las imágenes de los primeros mandatarios utilizando helicópteros, resultan chocantes frente a las de otras, como el ya mentado primer ministro holandés, que utiliza la bicicleta incluso para traslados oficiales.
Si eso ya resultaba chocante antes, ¿qué podemos decir ahora, cuando presenciamos angustiados el incendio de miles de hectáreas de bosques y selvas? Y es que, como se ha visto, el helicóptero es más útil para llegar a lugares inaccesibles, como los que ahora son pasto del fuego.