A pesar de lo elocuentes que son los datos y evidentes las causas, entre las más altas autoridades del área económica todavía brilla por su ausencia una mirada autocrítica, condición indispensable para detener el deterioro de la economía nacional. De esa manera de encarar, o eludir más bien el problema, sólo se puede esperar un agravamiento del mal
El más reciente informe del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), en el que se hace un balance del primer semestre del presente año, se ha sumado a los muchos elementos de juicio que permiten afirmar que no son pocos ni pequeños los motivos para ver con cierta preocupación el futuro inmediato de la economía nacional. Los datos a los que nos referimos son los que dan cuenta de una disminución de 8 por ciento en el valor y de un 23 por ciento en el volumen de las ventas de nuestro país al exterior.
El panorama es aún peor si se observan de cerca los aspectos cualitativos que se esconden tras las cifras. Nos referimos al hecho de que, tal como viene ocurriendo desde hace al menos una década, los rubros en los que es más aguda la tendencia decreciente son precisamente los que más había costado fortalecer durante varias décadas. Los que en algún momento parecían abrir un horizonte hacia la diversificación de nuestra oferta exportadora.
Esos datos, como muchos otros indicadores, confirman que la economía boliviana continúa alejándose del más largo periodo de bonanza económica de los últimos tiempos.
Ante tan recurrente panorama, son también reiterativas las interpretaciones sobre las causas y posibles soluciones del problema. Entre las causas, se destaca la decisión gubernamental de mantener baja la inflación a toda costa, lo que obliga a mantener sobrevaluada la moneda nacional, medida cuyos efectos negativos se reflejan, por ejemplo, en la abundancia de productos extranjeros en los mercados de nuestro país, pues todos los países vecinos, sin excepción, han optado por devaluar sus respectivas monedas para alentar sus exportaciones.
Otros de los factores que más inciden en las cifras rojas que año tras año arroja nuestra balanza comercial son las excesivas cargas que se imponen a las actividades productivas mediante fuertes aumentos salariales anuales, el doble aguinaldo y otros costos sociales que hacen cada vez más difícil el sostenimiento de empresas que en mejores circunstancias podrían al menos abastecer mejor al mercado interno e incluso competir con posibilidades de éxito en los mercados del exterior.
A pesar de lo elocuentes que son los datos y evidentes las causas, entre las más altas autoridades del área económica todavía brilla por su ausencia una mirada autocrítica, condición indispensable para detener el deterioro de la economía nacional. De esa manera de encarar, o eludir más bien el problema, sólo se puede esperar un agravamiento del mal.