Me refiero a los carros adornados de platería, tejidos, peluches e imágenes que entran en varias fiestas religiosas, en Sucre, para la Gualala.
Cuando observo este fenómeno me digo que la realidad se anticipa al pensamiento y al proceso o a lo que algunos acostumbrados a la letra llamarían sistematización, estudio o investigación, por qué no, publicación.
Quienes arman estos cargamentos nos traen prácticas e interpretaciones diversas de su fe, de su estética, postura social y económica. Los carros son de diferentes posturas, los adornos van desde platería antigua y tejidos valiosos a colchas o cubrecamas, más bien modosos. Ni qué decir de los peluches, sobre todo osos y muñecas, desde antiguas hasta Barbies. Pareciera que los devotos se han prestado los juguetes de sus hijas o han desempolvado los osos de peluche que sus corazones, por los asuntos del amor, les regalaran.
La procesión de carros es numerosa, la conmoción no lo es menos. Para un observador menos metido en cosas de devoción y estética religiosa pareciera que la procesión de carros adornados también quiere oír la misa campal de la plaza, sin descontar que van ahí para homenajear a la Gualala y recibir una bendición, a ser posible, episcopal.
Este es un fenómeno que admiro, no tengo una opinión racional, excepto el de la mezcla de estéticas, motivos y razones; hay un sincretismo muy propio en estos asuntos, sin que nadie acuse a esta procesión de herejía. La gente que carga y adorna los carros para la virgen puede tener otros motivos que mi inquieta manera de querer entender las cosas, para presentar su devoción estética, de algarabía y de despliegue portentoso.
El fenómeno religioso en muchas manifestaciones ha sido estudiado, se lo estudia desde la fenomenología religiosa, la antropología, la sociología, la literatura, la cinematografía, entre otros atrevimientos; sin embargo no me he encontrado con una explicación convincente, un estudio o estudios que sigan adentrando en este fenómeno de los cargamentos, que en algunas otras zonas también se complementan con los arcos a la entrada de los templos patronales.
Estos fenómenos parecen transmitirse espontáneamente, son individuales o comunitarios. Mi mamá adornaba el templo sin que nadie se lo pidiera en ocasión de la fiesta patronal, la Virgen del Carmen, mis tías sacaban su platería guardada para armar los arcos y desempolvaban sus muñecas casi centenarias para sentarlas en el palo horizontal superior y cubrían los palos con los mejores aguayos que tenían. Hasta pude ver los cargamentos en los lomos de pollinos o caballos. La imaginación devota es dinámica, lo mismo que los trajes de baile de los danzarines devotos modifican desde una base o estilo.
Y la Gualala, como María en sus diferentes denominaciones, recibe este montón de ofrendas reales que parecen decir que lo mejor del hogar va para ella, porque eso parecen mostrar los cargamentos y los arcos: la mejor colcha o edredón, el mejor tejido, la platería más valiosa, los peluches más grandes y vistosos, las muñecas más apreciadas. No es que estos ornamentos tiendan a invertir en cosas nuevas, se muestra, al parecer, lo que se tiene en casa como lo más valioso. Esto parece como ofrecer a la Gualala la intimidad más rica del hogar.
Sin embargo, esto que aventuro sigue siendo una idea mía. Quedan por averiguar las razones más certeras. Quizás es mejor no hacerlo para no entorpecer la espontaneidad ni la intimidad de quienes deciden conversar con su Gualala de manera tan pintoresca, sincera y pública.
Porque los cargamentos parecen como dotes ofrecidas a la deidad o a la madre de ella en el caso de los casi cientos de carros que prosiguen hacia el santuario de la Gualala.
No sé si decido que la cosa siga siendo asunto para que no se quiera saber de esto con racionalidad ajena. Incluso la virgen acepta que sus devotos, antes a pie, ahora caminen en caballos mecánicos animados, no por pienso, sino por combustible.