A propósito de la serie Chernóbil de HBO me quedé con el último testimonio de Valery Legasov, el físico nuclear ruso que, pese a la censura, reveló la verdad de los hechos que rodearon el trágico accidente nuclear. Para él, “el peligro real es que si oímos suficientes mentiras ya no podemos reconocer la verdad en absoluto…incluso queda abandonar la esperanza de conocer la verdad y contentarnos a nosotros mismos con relatos”.
La miniserie no hace otra cosa que desnudar el “secretismo” imperante y el alcance de los mecanismos de domesticación de la opinión pública y deformación de la verdad en regímenes que pregonan la infalibilidad y la supremacía del Estado. Hanna Arendt, estudiosa de los totalitarismos, concluía que estos hicieron de la propaganda un medio para la “proliferación y perfeccionamiento del engaño”.
En Chernóbil, el régimen soviético descartó toda discusión técnica, eludió su responsabilidad e impuso un relato oficial plagado de mentiras y medias verdades.
Mientras Chernóbil y Arendt dialogaban en mi mente, me percaté de la vigencia del periodo de “silencio parcial” de la propaganda oficial del gobierno del MAS para dar paso a la campaña en medios masivos, a fin de promover programas y convocar al voto en la recta final de tan dilatada y desigual competencia electoral. Me pregunté respecto a los efectos que sobre el electorado habría tenido el bombardeo inclemente de propaganda oficialista, financiada con dinero de los bolivianos.
¿Habrá logrado convencer que Evo es el único garante de estabilidad social y económica? El MAS le ha dicho a los jóvenes que los empleos caerán como maná del cielo, que los bolivianos somos dueños de empresas públicas prósperas y sostenibles, que la nacionalización y la industrialización del gas fueron exitosas y que la agenda patriótica es el último peldaño para coronar su misión histórica. El mensaje machacón intenta llegar a los indecisos, y convencer que la ilegal candidatura de Evo, la corrupción e ineficiencia que la salpican, son irrelevantes frente al luminoso porvenir prometido. Arendt nombró a este efecto como la “banalización del mal”, ingrediente indispensable en toda estrategia de seducción y toma del poder de regímenes totalitarios.
En este punto cobra sentido la reflexión de Legasov. ¿Será que el elector promedio digiere con facilidad la estrategia de judicialización y estigmatización del adversario del pasado profusamente divulgado en los últimos meses por el MAS? O al contrario, ¿será receptivo a otras ofertas de campaña o a la masa de datos que relativizan la veracidad de la narrativa oficial? La sensación térmica de progreso y crecimiento artificialmente sostenida ¿se alterará ante la evidencia del déficit fiscal crónico, de la caída de nuestras reservas internacionales, de la quimera del mar de gas que se desvanece y los drásticos recortes presupuestarios que se anuncian?
Salvando las diferencias, el manejo por parte del Gobierno del caso de la devastación provocada por los incontrolables incendios del bosque seco chiquitano, refleja un patrón de respuestas políticas comparables a la negación, manipulación y ocultamiento de información observada en Chernóbil. Ocurre en gobiernos proclives a controlar la voz de la justicia, de la ciencia y la prensa libre. En los incendios se minimizó la gravedad del desastre, se presumió de una autosuficiencia financiera y técnica para lidiar con ellos, al extremo de rematar, en la ONU, en un discurso cínico y vergonzante. Todo indica que el 20 de octubre tendremos la respuesta a estas inquietudes y gane quien gane, el 2020 será el año de sincerarnos con la realidad y temas esquivos en tiempos de campaña.
Temo que el abultado porcentaje de electores que insisten en el voto nulo experimentan el síndrome de la desconfianza y de vivir en tiempos de “verdades irreconocibles” prohijadas por la trivialización de la política, las fake news, la polarización discursiva, el fundamentalismo ideológico y la renuencia a transparentar y dejar fluir información pública y/o especializada. No hay duda, de persistir el nulo o blanco, se habrá cerrado el paso a una segunda vuelta. Y allanado el camino a perpetuar en el poder a un régimen autocrático que, según la revista Nueva Sociedad N°282, es hoy la principal amenaza a la democracia.