Vecinos anónimos

Freddy Rivas Orozco 05/10/2019
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El vecino no ha arriado la bandera, después de una semana de que concluyeran los festejos en conmemoración a la fundación de la Villa de la Plata, y el aniversario cívico de Santa Cruz. Todos en el apacible vecindario han retirado y guardado sus banderas hasta las próximas efemérides; pero aquel vecino, por descuido, olvido, o civismo; mantiene airosa y flameando la bandera chuquisaqueña. Esa bandera del vecino, es un asco, un trapo inmundo, es una vergüenza que exhiba una bandera tan sucia, tan cochina, y tan colla- piensa aquel vecino oriundo del oriente. Jubilado y refunfuñón, decide escribir una carta: “Oiga usted, colla cochino: ¿Es tonto o se hace al tonto? ¿No se da cuenta que su bandera, es un trapo inmundo, polvoriento, que no ha lavado en años? ¿Cómo tiene el mal gusto de exhibir esa tela asquerosa, en un barrio tan estimable? Si no saca la bandera mañana mismo, lo denunciare ante la alcaldía, por ser un vecino tan desaseado. Atentamente, Un vecino anónimo”. Aquel personaje espera a que caiga la noche para dejar furtivamente la carta en la casa de su vecino, sin advertir que las cámaras de seguridad registraron todo en absoluto. Al día siguiente, el sucrense lee la carta, no se enfada, suelta una carcajada, y después comprueba revisando las cámaras de seguridad, lo que ya sospechaba: aquella carta quejumbrosa y amenazante provenía de su vecino casi octogenario, y con una media sonrisa decide que va a ignorar la provocación, no se dará por aludido y castigará la insolencia de su colindante, manteniendo enarbolada y flameando la bandera chuquisaqueña. ¿Desde cuándo mi vecino, es inspector de higiene y buenas costumbres para decirme que mi bandera está sucia y que agrede su campo visual?, se pregunta menos furioso que divertido.

Como pasan los días, y el sucrense no retira su bandera; el vecino cruceño, acude a la alcaldía y lo denuncia, pero nadie le hace caso, nadie hace nada, lo tratan como a un intrépido cascarrabias, y lo mandan a su casa. Esa misma tarde con una indignación que no cesa, el vecino anónimo, saca un llavero y raya sigilosamente, una y otra vez, la puerta del auto de alta gama del vecino sucrense. Mientras deja las marcas de su odio en la carrocería negra del vehículo, el vecino anónimo; vuelve a ignorar que las cámaras de seguridad están pillándolo en falta. Sabiamente el vecino sucrense, decide no tomar represalias- y piensa- Mi vecino es un hombre desdichado, necesita odiarme, para tener algo que hacer. Como el destino es un premio cuando no te esfuerzas por contradecirlo, el vecino sucrense pudo escuchar sin querer, una conversación entre la esposa veinteañera de su vecino, con una joven, en la que la esposa le compartía una infidencia: “A mi esposo le cuesta tener una erección”. A la mañana siguiente, el sucrense decide retirar la bandera, y días después el vecino cascarrabias, recibe un regalo inesperado. Lo abre, intrigado. Es la bandera de la nación, una tela voluminosa, bien lavada, bien planchada y doblada, que huele a lavanda. Entre sus pliegues, hay una nota que dice: “Querido vecino: Ya que no puede erguir su colgajo o palo menor, talvez le sirva de consuelo levantar esta bandera y verla bien rígida. Muy atentamente un vecino anónimo. 

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