¿Por qué la política boliviana no inspira ilusiones?

Devin Beaulieu 17/10/2019
PUBLICITE AQUÍ

La expectativa más notable de las próximas elecciones es que Evo Morales no espera ganar con una mayoría. La oposición tampoco. Vale reflexionar sobre el proceso largo del Gobierno para entender esta desilusión.

En el 2008, durante los días más conflictivos de la Asamblea Constituyente, Álvaro García Linera presentó un discurso a los constituyentes buscando una salida para la nueva Constitución. Así Linera lanzó su primera tesis de gobierno, seguido en los próximos años por sus famosos libritos.

Linera propuso la tesis de “empate catastrófico”, que Bolivia estaba dividida entre dos bloques históricos. Linera amenazó que sin concesiones habría un catástrofe. Se prestó el término de Antonio Gramsci, quien escribió sobre la revolución frustrada en Italia que anticipó el fascismo, lo que sirvió a Linera para invocar la memoria de golpes militares en Bolivia. Se justificó el pragmatismo, desarmando opositores por una hegemonía inclusiva. Es la justificación fundamental que caracteriza a todos los gobiernos izquierdistas del continente.

Evocando a Gramsci, terreno sagrado de izquierdistas, Linera no explicó que Gramsci propuso el término para entender el triunfo del populismo autoritario. Para Gramsci, el empate catastrófico es un momento peligroso porque se abre la oportunidad para una figura populista, en cuya estética aparece la resolución del conflicto –cooptando el sentido revolucionario con una restauración del capital– que Gramsci llamó “transformismo” y entendió como el fascismo.

El pragmatismo impuesto por el MAS fue reemplazar las visiones de democracia radical de los movimientos sociales en la “autodeterminación” por la letra importada de los derechos humanos. Más bien, se convirtió los derechos humanos de un pleito de la sociedad inquieta en un papel del Estado apropiador, una burla más evidente en la reelección indefinida de Evo como “derecho humano”. Se prometió redistribuir el latifundio a través de la vieja función social. Aunque nunca tocaba a los terratenientes, se ayudó a justificar la repartija de tierras “no productivas” de territorios indígenas y reservas naturales. Más perverso aún: convirtieron a los pueblos indígenas en una figura de víctimas, primero para recibir el palo de policía en la marcha del Tipnis y después regalitos para sobrepasar “su pobreza”. Así más fáciles de dividir y cooptar como clientes del Gobierno o de la derecha buscando nuevo pleito.

En retrospectiva, la mayor víctima de Chaparina no fue la palabra de los derechos, la imagen del Gobierno o los cuerpos de los marchistas, más bien fue la imaginación política del país. Con las esperanzas del Estado plurinacional convertidas en sátira, Bolivia sufrió una fuerte despolitización. Después todos los sacrificios, todo que lo puede ofrecer la nueva clase política es un modelo monetario neoliberal plus beneficios sociales. “Vamos bien” en el 2015 y “futuro seguro” ahora. Lo que evidentemente significa más deuda y menos democracia. Ausente es el sueño de una sociedad más justa. La plataforma electoral del MAS ni menciona el latifundio. Para muchos, el camino que parece mas apto para salir la coyuntura es volver atrás al pasado con Carlos Mesa. 

Pero el desastre en la Chiquitanía reveló que entre las plataformas, en realidad, todos son servidores del desarrollo insaciable. Para recuperar sus sueños, ya es tiempo que los bolivianos vuelvan a creer en sí mismos y su capacidad para construir su futuro por sí mismo.

Compartir:
Más artículos del autor


Lo más leido

1
2
3
4
5
1
2
3
4
5
Suplementos


    ECOS


    Péndulo Político


    Mi Doctor