¡Oh democracia, muchos crímenes se siguen cometiendo en tu nombre!

Eddie Cóndor Chuquiruna 15/11/2019
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Así como la libertad se volvió contra muchos que lucharon por ella, en el marco de la revolución francesa y otras disputas que siguieron por más derechos humanos, acabando con miles de vidas inocentes, hoy, casi 400 años después, en nuestra América y el planeta, la democracia se vuelve contra sus pueblos que la reclaman y defienden. En su nombre se cometen atrocidades y el mundo, la mayoría de veces por sus intereses y arraigos ideológicos, las justifican y hasta aplauden.

Todos la proclaman y en cualquier boca suena bien, porque vende y es señuelo en el mercado y cosecha de votos para el acceso al poder. No obstante, de todos aquellos que más la invocan, nadie se esfuerza en darle real contenido y vigencia. Por eso aún es intangible y valorada como una aspiración humana todavía muy lejana e inalcanzable. 

Sus beneficios aún no llegan a sus destinatarios, el pueblo, por eso pocos creen en ella. Estoy aludiendo a la democracia representativa moderna, en la que el gobernante se sujeta a la opinión de su pueblo para que se implementen o abandonen políticas en orden, fundamentalmente, a los problemas y necesidades de un país. Tiene que ver, también en esencia, con el respeto de las libertades ciudadanas y un marco legal adecuado, suficiente para limitar la acción del gobernante; también conocido como estado de Derecho.

Les cuesta la vida o les vale un comino, a los que tienen acción política y hacen gobierno desde los órganos o poderes políticos del Estado (Ejecutivo y Legislativo), asimilar y aplicar esta lógica de vida en sociedad (la democrática). Sin embargo, pese a que viven de ella y nunca para ella, la mal utilizan ultrajan y pisotean cuando quieren. Por eso, cada vez resulta más difícil comprender al ser humano porque ya es regla pregonar lo que no se practica, ofrecer lo que no se cumple y engañar impune y cíclicamente porque la población olvida. Ya nada es predecible en los humanos, cada quién tiene su propio juego y la vida transcurre sin motivaciones más que las individuales o de pequeños grupos.

A estas individualidades y pequeños grupos de poder –fundamentalmente económico político y religioso– nada les importa vivir enfrentados con las mayorías y menos enfrentar a sectores dentro de esas mismas mayorías (a las que ellos llaman minorías). Con sus propias características y sin ir muy lejos, pasó hace semanas en Ecuador, está ocurriendo en Chile y Bolivia y perdura –por su carácter estructural– en Perú.

En ese sentido, si la democracia es una de las mejores construcciones humanas de todos los tiempos, ¿por qué se está devorando a sus propios hijos, a sus creadores? ¿Tenemos acaso en nuestros países una falsa democracia o nuestros políticos y el mismo pueblo que los sostienen y le dan cabida en la vida nacional la han desfigurado y vaciado de contenidos? ¿Qué hace falta para comprenderla y aplicarla bien? ¿Cuesta tanto vivir en democracia? ¿Es acaso democracia el instrumento para someter y generar relaciones de tiranía (perpetua), injusticia e inequidad? 

En esa perspectiva, una sociedad logra un horizonte democrático en la medida en que su gente –todos y todas– cumplan las reglas de juego, aquellas que emergen del conocimiento y consenso y se hacen pacto social; esto es las respeten y obedezcan. 

Por eso, citando ejemplos de nuestra cotidianidad latinoamericana, no hace democracia la sed de venganza y daño de los que ingresan a hacer gobierno frente a los que lo dejan. Tampoco los reacomodos y mutaciones de quiénes viven de la política y se relacionan con el Estado para beneficiarse. Menos aquellas visiones que consideran al Estado una agencia de empleos y a los gobernantes sus “jefes”.

Siguiendo a Javier Romero Mendizábal (Santa Cruz Bolivia) democracia, en estos tiempos de despertar desde las calles, es “la acción política… para la restitución del orden y la paz.” Es “actos valientes y oportunos… para encauzar el rumbo hacia una construcción mejor”. Es “olvidarse que la ruptura no debe ser entre compatriotas, sino en función de un pasado irreflexivo, excluyente y sin autocrítica”. Es “encontrarnos con nuestras mejores versiones individuales y grupales para apreciarnos sin distinciones”. Es “ser mejores ciudadanos y personas”.

Algunos pensarán que es iluso vivir en democracia y tienen razón. La democracia es una buena capitana, pero la naturaleza humana hasta ahora ha sido un pésimo soldado.

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