La predicción del sociólogo Juan Linz se cumplió a cabalidad. Su punzante visión advertía, con un sentido crítico, sobre esas nuevas democracias que corrían el riesgo de desvirtuarse y caer en deterioro, sobre todo, en su esencia, a la hora de probar su aplicabilidad. “La legitimidad le da más energía a la democracia, y la eficacia del régimen contribuye a la legitimación”.
El termómetro de la democracia en Latinoamérica y, con mayor énfasis en algunos países en cuestión: Venezuela, Nicaragua, Bolivia (con el exdictador Evo Morales), Argentina y Ecuador (con Rafael Correa), todavía señala una gruesa línea roja que, desde hace mucho, alerta sobre un retroceso en la forma de ejercer las libertades plenas.
Entre los regímenes no democráticos, sostiene Juan Linz, algunos están basados en el poder personal con una lealtad al gobernante que no se deriva de la tradición, la ideología, la misión personal o las cualidades carismáticas, sino de la una mezcla de miedo y de recompensas a los colaboradores. El gobernante ejerce el poder sin restricciones, a su propia discreción y, sobre todo, sin verse limitado por normas o compromisos con alguna ideología o sistema de valores. Las normas y pautas de una administración burocrática son constantemente subvertidas por las decisiones personales y arbitrarias del gobernante, que no se siente obligado a justificarlas en términos ideológicos.
En Bolivia, Evo Morales sigue siendo el MAS, no sus huestes, ni sus “sectores sociales”, estos son solo diques de contención, operadores políticos que hacen el trabajo sucio y que actúan como grupos de choque. Están para hacer las veces de escudos y legitimar, “masivamente”, lo ilegítimo, no para debatir ni renovarse democráticamente, menos para proponer soluciones abiertas y coparticipativas. Si esencialmente fuesen el MAS, como tendría que ser en términos de partido o movimiento social inclusivo y democrático, habrían ejercido la alternancia de liderazgo, crítica interna, auto evaluación sin restricciones, libre albedrío, disenso, libertad de pensamiento y libertad de conciencia.
Evo fue y seguirá siendo un conductor de masas que proyecta a la obediencia la acción y las órdenes que emanan de su autoridad para ser ejecutadas sin demora, antes que la razón y el análisis.
Morales, como caudillo, ingresó a esa posición crítica de figura totémica, se reveló como un hombre insustituible, mesiánico y endiosado. Perdió credibilidad, favoritismo, confianza, ética y moral. Entonces se hizo más vulnerable. Desde esa posición, tuvo que adoptar una conducta autoritaria y evitar ceder el poder de forma voluntaria. Hubo, pues, una aproximación a un régimen híbrido, en donde las coordenadas de un gobierno democrático se confundían con las de una dictadura. Democradura, dictablanda y casi nada de liberalismo político. Democradura, ese término incómodo acuñado por Boaventura de Sousa, porque durante 13 años se ha ingresado a un proceso de control social, una suerte de acaparamiento de las conciencias y voluntades de las que presagiaba con notable preocupación Octavo Paz. El Estado como administrador total de conductas y de acciones.
Dictablanda, porque se pretendía adoptar mecanismos que apacigüen exigencias sociales y económicas justas en circunstancias en las que también coexistía un autoritarismo subyacía una imposición monolítica. Casi nada de liberalismo político, considerando que es una filosofía política encaminada a garantizar la libertad del individuo y el poder que reside en el pueblo como constructor de su propio destino democrático.
¿Supone alguna diferencia para el éxito de la transición a la democracia que el nuevo régimen sea presidencial o parlamentario, unitario o federal, unicameral o bicameral? Se pregunta Linz. Y las posibles respuestas las traduce en la experiencia histórica que sugiere que una democracia presidencial crea dificultades específicas en el proceso de redemocratización. Es más probable que el presidencialismo cree una situación de suma cero que el parlamentarismo, al dar considerable poder a un líder individual durante un período fijo de tiempo.
En Bolivia, el sistema presidencial tuvo y tiene condenas varias, desde la concentración del poder casi absoluto en manos del exdictador, hasta la creación de brazos políticos que se encargaban de ejecutar trabajos sucios y deleznables.
Bolivia ha ingresado a una etapa en la que se tendrán que definir acciones frente a emociones básicas: miedo y esperanza, como sentenciaba Spinoza.
Morales está y no está. Las emociones se traducen en la recuperación de la democracia y las libertades. El miedo, a que Evo continúe con su discurso de terror y violencia. Como dijo Mario Vargas Llosa: “"Los bolivianos se han librado de un dictadorzuelo”.
Evo Morales jamás contempló dar un paso al costado en pos de afianzar nuestra frágil democracia. Al contrario, su figura de matón se engrosaba cada día y su retórica se hacía cada vez más dura. Su afán de disfrazar, “metiéndole nomás”, su tiranía, fue su caída inminente. Todo le salió a la altura de sus planes y su gobierno: mediocre, mentiroso, antiético y anticonstitucional.
"No quiero, pero no puedo decepcionar a mi pueblo". Frente a esa interpretación absolutamente personal y sesgada, Evo Morales hablaba de un “pueblo” reducido a un caballo de Troya ingresado al centro de nuestra balbuceante democracia. Desde el vientre de esa figura metafórica que es un contrasentido, salieron las advertencias y la amenazas. Ardía la democracia y, con ella, la verdadera representatividad del pueblo ejercida en los urnas el 21F, el 3D y el 20O. Este último, absolutamente determinante para la salida del poder de Evo. Corroboró la soberanía más fidedigna reflejada en el voto limpio y claro de los bolivianos.
El voto del 20O refrendó el poder del pueblo boliviano en la defensa de la democracia y la convicción de vivir con libertades irrestrictas. Rectificó el principio de eficiencia que plantea el filósofo John Rawls: “Un sistema es eficiente cuando es imposible cambiarlo de modo que al menos una persona mejore sin que haga que al menos una pase a ocupar una posición peor.”
“Una sociedad democrática moderna no sólo se caracteriza por una pluralidad de doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas y morales, sino por una pluralidad de doctrinas comprehensivas incompatibles entre sí y, sin embargo, razonables. Ninguna de esas doctrinas es abrazada por los ciudadanos de un modo general. Ni debe esperarse que en un futuro previsible una de esas doctrinas, o alguna otra doctrina razonable venidera, llegará a ser abrazada por todos, o casi todos, los ciudadanos. El liberalismo político parte del supuesto de que, a efectos políticos, una pluralidad de doctrinas comprehensivas razonables pero incompatibles es el resultado normal del ejercicio de la razón humana en el marco de las instituciones libres de un régimen democrático.”
Evo Morales, subvirtió el pensamiento lógico y racional, desintegró la institucionalidad democrática. Desordenó los procedimientos y los acomodó a su autoridad, a su figura, a su talla, a su asquerosa posición caudillista y dictatorial. Esa figura presidencialista y monolítica, condenó al peligro latente de entronización por los siglos de los siglos, amén. Evo salió del poder y del país con el rabo entre las piernas, no por una causa política ni producida por un golpe de Estado como su demagógica, chata y balbuceante retórica lo dice. Sino porque montó uno de los fraudes más monumentales de nuestra historia. Salió porque la mierda de la corrupción, derroche de dinero de los bolivianos, inconstitucionalidad, mentiras e injusticias le llegaron al cogote y lo asfixiaron.
La lección aprendida durante los 13 años de gobierno nefasto de Evo y el MAS, debe ser el curarnos de los caudillos y los endiosados. De los enviados, de los Melquíades. De esos que prometen paraísos terrenales y se ufanan de tener los remedios entre sus bolsillos oscuros y profundos.
Bolivia no necesita de salvadores ni de caciques, ni de aparecidos conquistadores que pretendan domar la democracia ejercida desde el pueblo y para el pueblo.
Ahora, más que nunca, la patria precisa de ciudadanos que apuesten por la unidad, la colectividad, la transparencia y la justicia. Camacho y Pumari no son héroes ni enviados. Son ciudadanos de a pie que se deben al pueblo. Se equivocarán si su corto tiempo histórico es utilizado como un trampolín político, pretendiendo reconstruir la dignidad sobre las miserias, trampas y retórica del evismo. Bolivia precisa pensar a plenitud sin la figura impositiva de Evo Morales. Debe quitarse el chip condenatorio del exdictador y reconstruir su futuro desde una honestidad absoluta y una libertad plena. Ni Camacho, ni Pumari, ni Mesa serán los ‘salvadores’. El poder del pueblo y su soberanía deben ser los mayores recursos con los que cuenten los candidatos y someterse a su escrutinio constante.