2019: Año de la liberación

PAREMIOLOCOGI@ Arturo Yáñez Cortes 30/12/2019
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Termina el año 2019 y empiezan las evaluaciones. Se elige al personaje del año positivo (aunque cabría también ver el otro extremo); el acontecimiento y la noticia, el gol del año, etc. Tiempo de evaluaciones y nuevos desafíos.

¿Cómo, usted, amable lector, recordará este año 2019? Como el año de la liberación; el de la insurrección ciudadana de las pititas; el de la fuga del tirano o, en los términos que más disfruto: por fin el año en que los ciudadanos, conscientes de nuestro poder –si los de abajo nos movemos, los de arriba se caen nomás– absolutamente cabreados del tirano & secuaces, ejercimos nuestra ciudadanía y les sacamos la roja. Eso del “golpe de estado”, patrañas para el consumo de algunos giles que repiten y hacen que creer.

¿Se han dado cuenta de lo que hemos logrado? Nada más ni nada menos que el retorno de la democracia luego de varios años de ejercicio de un régimen de facto que pisoteó todo lo que se opuso a sus delirios de eternidad. Una democracia que en abstracto será la menos mala de los sistemas políticos (Churchill dixit), pero a la vista de esos 13 años, constituye el mejor y mayor regalo que podemos darnos a nosotros y a nuestras próximas generaciones, por muchas sombras que como toda obra humana, pueda tener. 

Recuerdo que en los últimos años mis deseos navideños y de Año Nuevo insistían en que el Niño Jesús nos traiga de vuelta la democracia y el Estado sujeto al imperio del Derecho. Eso es lo que hemos logrado y aunque en el caso concreto, jamás cabría caer en el exitismo y afirmar que se produjo ese milagro con la sola caída del régimen y el establecimiento del gobierno transitorio –aun el tirano y sus adictos están respirándonos en la oreja con su puñal bajo el poncho–, no es poca cosa lo que la ciudadanía boliviana conquistó. Si no, pregúntenles a los cubanos, venezolanos o nicaragüenses.

Insisto: creo que el mejor legado que l@s bolivianos podemos dejar a nuestras próximas generaciones consiste en el ejercicio de ciudadanía y sus emergencias. Pasa, sin ánimo de ser exhaustivo, por jamás permitir que ningún sujeto, sea del signo, pinta o lo que sea, pueda erigirse en un tirano que antepone sus deseos y delirios por encima de la Constitución, los instrumentos internacionales, las leyes y hasta el sentido común: las normas legales son el chaleco de fuerza contra los dueños del poder y requiere de verdaderas instituciones que efectivicen ese límite infranqueable, lo indecidible. Pasa porque nunca más ningún presidente actúe como si fuéramos sus vasallos, a los que estrategias envolventes de por medio, nos haga el favor de hacernos caer las migajas de su banquete.

Pasa porque nunca más la administración de justicia, cuya razón de ser radica en efectivizar límites al ejercicio del poder, peor si es despótico e ilegítimo, se dedique a atarle los whatos al amo de turno, confeccionándole sentencias a su medida, haciéndole aparecer “derechos humanos” inexistentes que constituyen un insulto a la noble ciencia del Derecho.

Pasa porque jamás, por muy popular que sea un mandatario, sus llunkhus mediocres le rindan culto a su personalidad, construyéndole museos y palacios con nuestra plata; llenen nuestros espacios públicos con sus fotos, le escriban cuentitos apareciendo él como superhéroe, como tipito de la película; le hagan creer que es una estrella futbolera cuyo equipo siempre gana y hasta transmitiendo sus ridículos partidos con nuestra plata por el canal del Estado, repartiendo rodillazos en la cristalería de sus rivales.

Ese ejercicio de ciudadanía nos franquea desafíos en el inmediato futuro, para que construyamos una sólida democracia, en la que huyendo de la “doctrina Morales” del meterle nomás, todos, absolutamente todos, seamos iguales ante la ley, no solo en los pintudos letreritos, sino en la realidad, lo que incluye que nuestros empleados servidores públicos y en especial, sus altos cargos (presidente, ministros, asambleístas, magistrados, gobernadores, etc.) sepan que simple y llanamente son eso, empleados nuestros, ya que sus sueldos los solventamos con nuestros impuestos. Felices fiestas, que nos suceda aquello de Washington: “La libertad, cuando empieza a echar raíces, es una planta de rápido crecimiento”.

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