Resulta inaudito que toda una representación diplomática, como es la Embajada de España en Bolivia, intente justificar el escándalo de seis personas embozadas que intentaron ingresar a su similar de México, reduciendo este hecho a una simple “visita”.
Hasta ayer, cuando se informó oficialmente que los seis habrían dejado el país el sábado recién pasado, la legación española seguía manejando el término “visita” para referirse a lo sucedido. Es más, en el comunicado difundido ese mismo día, sábado, se anuncia “la apertura de una investigación sobre los hechos acaecidos durante la visita de la Encargada de Negocios ad interim (sic) de España en Bolivia a la Embajadora de México” y, en un párrafo más adelante, se afirma “que el objeto de la visita realizada por la Encargada de Negocios de España era exclusivamente de cortesía y niega rotundamente que pudiera tener como objeto facilitar la salida de las personas que se encuentran asiladas en aquellas dependencias”.
En las últimas líneas que copiamos aparece el que se ha considerado el verdadero motivo de la “visita de cortesía” que una encargada de negocios quiso hacer acompañada de seis personas, todas embozadas, a una embajadora.
Empero, antes de seguir, es preciso detenerse en el significado que tuvieron las “visitas” de enviados españoles en los tiempos en que su país y el nuestro eran uno solo.
“Las visitas eran inspecciones realizadas sobre las poblaciones indígenas, ordenadas por las autoridades coloniales y destinadas a investigar diferentes aspectos vinculados con los tributos, la organización social, sus recursos, los conflictos que tenían, etcétera”, señala un resumen de tres académicos argentinos sobre lo que significaban aquellas llegadas.
Se trataba, entonces, de supervisiones como las que el dueño de una hacienda hace respecto a su ganado y algunas fueron tan famosas que se ha escrito libros al respecto. Entre las más conocidas están la del virrey Francisco de Toledo, que llegó al territorio de Charcas prácticamente a cambiar la matriz económica que ya se había concentrado en Potosí, y la de Francisco Nestares Marín, que viajó de España a la Villa Imperial para poner orden por el descalabro económico mundial que había provocado la falsificación de la moneda que se acuñaba en la ceca potosina. Este último cometió atrocidades, incluida la ejecución de los principales implicados en la falsificación.
Las “visitas”, que se repitieron al punto de que también hubo “revisitas”, se extendieron a lo largo de todo el periodo colonial y se convirtieron en prácticas comunes entre colonizadores y colonizados. Queda, entonces, una memoria histórica común entre un país, España, y sus antiguas colonias, que hoy son los países que se desvincularon de ella a partir de 1809. ¿Será ese recuerdo genético el que motivó la atrevida incursión “diplomática” de España con seis tipos embozados que, además, según se ha informado, eran personas adiestradas en operaciones especiales?
Si es así, estamos en presencia del más puro colonialismo, de aquel que han denunciado reiterativamente izquierdistas como el boliviano Evo Morales y el español Pablo Iglesias. A propósito, las fotografías de archivo de estos dos últimos, juntos y en actitud de franca camaradería, han aparecido no solo en las redes sociales sino en medios de comunicación convencionales con un elemento adicional, la denuncia de que Morales financió al partido de Iglesias, Podemos, mientras gobernaba Bolivia.