Semejante afirmación tal vez podría entenderse si se viene de los sueños de rebeldía de algún aventurero, o si la formula algún desquiciado. Pero no si la hace alguien que gobernó Bolivia casi catorce años. ¿Pretende, acaso, sembrar de sangre y terror el país?
Ya está claro que el Movimiento Al Socialismo activó, desde Buenos Aires, una estrategia de desestabilización interna del país, con las consiguientes directrices –muy propias de la vida sindical de Evo Morales– de generar focos de convulsión y enfrentamiento.
Y está claro, también, que apunta a interrumpir, o al menos asediar, la gestión transitoria de la presidenta Jeanine Áñez, aun a costa de la fórmula, no contemplada en la Constitución, de buscar una sucesión presidencial a la figura de la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
Ahora es cuando se verá si el Tribunal Constitucional (TCP), en cuyas manos está dirimir la consulta sobre la ampliación del mandato de las actuales autoridades, actúa de forma autónoma e independiente, en apego a la Carta Magna.
Habría que recordar que la actual crisis política no se habría producido jamás si los anteriores magistrados del TCP no dictaban aquella sentencia constitucional, traída de los cabellos, que convirtió en Derecho Humano la aspiración de Evo Morales de reelegirse indefinidamente.
Pero más allá de lo que determine en las siguientes horas el TCP, las señales emitidas por el ala más radical del MAS son por demás inquietantes. Desde el refugio de Evo Morales en Argentina, y desde algunas organizaciones afines al MAS, se han emitido sendas convocatorias a movilizaciones, a escasos días del 22 de enero; día en que debió concluir el actual período constitucional, de no haber sido por el fraude perpetrado en las últimas elecciones generales.
Desafortunadamente, los hechos pasados enseñan que cada que Evo Morales, desde su condición de principal dirigente cocalero, planificaba y ejecutaba movilizaciones, estas por lo general venían contaminadas de un espíritu violento antes que por un carácter democrático.
Así sucedía a finales de la década de los ´90 y los primeros años de este siglo. Fue así como Evo Morales se abrió paso, en una incesante lucha por el poder, hasta llegar finalmente al Gobierno por vía de las urnas. Y es también así como se fue del país hace poco más de dos meses.
Por desgracia, una gran mayoría de todos esos episodios de confrontación y violencia se dirimían con la pérdida de vidas humanas en circunstancias que casi nunca llegan a esclarecerse. Los registros de cuanto aquí decimos pueden fácilmente hallarse en las publicaciones de prensa de la época.
La violencia y la muerte no pueden ser una constante en la vida política y social de Bolivia. Ni pueden, tampoco, ser el medio que pretenda emplear un puñado de personas para someter un país en su afán de retener el poder.
El último mensaje de Evo Morales a sus simpatizantes, transmitido ayer a través de radio Kawsachun Coca, del Chapare, lo dice todo: Si él regresa, será para conformar “milicias armadas” como en Venezuela. Más claro imposible.
Semejante afirmación tal vez podría entenderse si se viene de los sueños de rebeldía de algún aventurero, o si la formula algún desquiciado. Pero no si la hace alguien que gobernó Bolivia casi catorce años. ¿Pretende, acaso, sembrar de sangre y terror el país?
El MAS –o, al menos, su vertiente más radical– tiene que comprender, de una vez por todas, que la forma de resolver las diferencias políticas no es enfrentándose en las calles ni instigando al odio racial o de clase. Es por la vía pacífica y democrática, como sucederá el próximo 3 de mayo, cuando los bolivianos acudan nuevamente a las urnas para elegir sus nuevas autoridades.