Reelección, nunca y en ninguna circunstancia

Samuel Doria Medina 26/01/2020
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Para que haya democracia, debe garantizarse la libertad del voto de los ciudadanos. Por tanto, estos necesitan ser protegidos de la influencia malintencionada del poder. Un presidente (o una presidenta) que se reelige está fuertemente incentivado, y cuenta con los recursos necesarios, para intentar manipular a los votantes y alterar el resultado electoral. Por tanto, hay que prohibirle el intento.
Prohibir la reelección: esta fue la respuesta del pueblo boliviano al largo y controvertido gobierno de un caudillo: el Mariscal Andrés de Santa Cruz, a mediados del siglo XIX. Esta prohibición duró 160 años, hasta la Constitución de 2009, que rompió esta tradición con resultados catastróficos para el país. La reelección es igual que la cicuta: incluso en pequeñas cantidades resulta fatal. Aun cuando se trata de una sola vez; aun cuando el presidente (o la presidenta) que busca reelegirse ha estado poco tiempo en el poder.  
A mi juicio, la Constitución de 2009 hace una concesión inaceptable a los apetitos continuistas de los gobernantes bolivianos, que se manifestaron muchas veces y, en algunas ocasiones especiales, cuando los presidentes eran particularmente audaces o populares, intentaron ser plasmados en la realidad. 
Al mismo tiempo, este aspecto de la Constitución también expresa otra cosa: la mayoría de los bolivianos votó en 2009 a favor de una limitación a la reelección. Más tarde, en 2016, la mayoría votó en contra de la eliminación de esta limitación constitucional. Finalmente, en 2019, una otra mayoría echó a Morales por no respetar este voto. Son claros indicios de cuál es la voluntad de los bolivianos de hoy.
Y es la misma voluntad que la de los bolivianos de ayer. A lo largo del tiempo, todos los intentos continuistas fracasaron. Evo Morales es el tercer presidente de la historia que ha sido derrocado por ir en contra de la cultura antireeleccionista e los bolivianos. Antes de él cayeron Hernando Siles, en 1930, y Víctor Paz Estenssoro, en 1964.
Para algunos, se trata de una suerte de “maldición” que destruye a quien intenta quedarse en el poder más allá de su término. A veces me gustaría pensar así, pero en realidad se trata de algo más sencillo y concreto: El pueblo boliviano no acepta ver a quienes tienen el privilegio de dirigir los destinos colectivos usando su poder, así como los recursos de las instituciones estatales, que en principio les pertenecen a todos, para alterar las reglas democráticas y beneficiarse a sí mismos. (Y la presidenta Jeanine Añez haría bien en pensar en ello).
La reelección no es buena para la democracia, porque pone todo el aparato del Estado a favor de una candidatura. Desde la Colonia se sabe que en las carreras de caballos gana siempre “el caballo del corregidor”, es decir, la autoridad se lleva el premio.. 
Además, la reelección crea caudillos (o “caudillesas”), personas que creen que siempre tienen la razón y que son imprescindibles para el país (¿no creía lo mismo Evo Morales? ¿Y estos meses no hemos prescindido por completo de él sin que el país se acabe por ello; sin que ni siquiera el MAS se hunda en razón de esto?) No hay nada más contrario a la democracia que una verdad única y que alguien imprescindible. Con verdad única y con imprescindibles, ¿cómo puede “gobernar el pueblo”?
Bolivia debe eliminar la reelección. Debe fortalecer sus instituciones democráticas, como la alternancia y un poder electoral independiente. Debe hacer que la separación de poderes sea efectiva. Debe, en resumen, defender la democracia frente a los caudillos (y “caudillesas”), a las verdades únicas y al continuismo.
Como dijo René Zavaleta: “Ningún sueño es tan absurdo como el del infinito poder”. Tamayo, por su parte, escribió: “Nunca se es impunemente poderoso”.  
 

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