Quizá algunos lectores recuerden que terminando el año 2020 publiqué un artículo comentando que el papa Francisco consideró admisible que hubiese sacerdotes católicos que fuesen casados, al menos para el ámbito de los pueblos amazónicos. En mi artículo insistí en algo que en realidad no es novedad para los estudiosos: que los discípulos de Jesús fueron hombres casados y que él mismo lo estaba, con lo que tenemos que el conocimiento dice una cosa y muy otra la tradición cristiana, tanto a nivel popular como al de las enseñanzas impartidas.
El tema es de actualidad. Resulta que se ha publicado un libro, cuya autoría figura como del papa Benedicto XVI y del cardenal Robert Sarah, de Guinea, en África. En esta obra se expone la oposición de Benedicto al matrimonio de los sacerdotes católicos. Pero también resulta que el papa emérito Benedicto ha negado ser partícipe de la autoría de ese libro. Esta usurpación de su nombre ha llevado a los estudiosos a comentar que está en la plena tradición cristiana de lo que se denomina psudoepigrafía, o sea el achaque de la autoría de un escrito a un personaje de preferencia. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento varios libros del Pentateuco son achacados a Moisés, y otros, considerados posteriores, son achacados a Salomón.
Para el caso de la participación de las mujeres en la dirección en las iglesias y en las prédicas cristianas, así como sobre su modestia en vestir, la autoridad en el Nuevo Testamento es la primera epístola de Pablo a Timoteo. Pues esta obra es considerada un caso típico de psudoepigrafía, porque no habría sido redactado por Pablo de Tarso, sino más de un siglo después de su muerte. Así, puntos de vista sobre el cristianismo que no fueron ni de Jesús ni de sus sucesores, tomaron autoridad al ser atribuidos a un apóstol.
Se considera que buena parte de las epístolas de Pablo son pseudoepigráficas, así algunas partes parecen verosímilmente provenir de su redacción personal. Las epístolas de Pedro, como otras del Nuevo Testamento, también son pseudoepigráficas. En cuanto a Hechos de los Apóstoles, la narración es una mezcla de recuerdos de narraciones antiguas acomodadas a una redacción artificiosa, para respaldar el orden prevalente en las organizaciones cristianas desde la segunda mitad del siglo II.
La idea de reacomodar los hechos y dichos del pasado para respaldar las creencias que se conformaron en tiempos posteriores, no fue creación de los que dieron forma al cristianismo varios siglos después de la vida de Jesús, sino que provino de una postura de mentira bienpensante expuesta por ese engendro intelectual que fue Platón.
Platón postuló en su diálogo La República (en 377ª, 382c-d y 389b para el dubitativo), que los gobernantes bien pueden enseñar cosas que, conteniendo un grano de verdad, en los demás sean falsedades, si eso ayuda al bien público o particularmente al estatal. Traducido, si ayuda a la religión o a las creencias políticas. Una mentira con este fin considerado ennoblecedor, sería una mentira noble, según Platón.
Este artículo lo escribo en parte para que el lector me dé algún crédito cuando hago afirmaciones respecto a religión, pero sobre todo para que haga conciencia de que la prédica de Jesús no versó sobre la construcción de edificios de mentiras, sino sobre las conductas justas. Tanto los cristianos como los que no lo somos, debemos procurar esto.