El acomodo gentil suele aclarar los títulos. Me da la impresión de que a propósito desempolvo mi maternal quechua. Luq'u en algunas variaciones dialectales se dice del sombrero, quizás ibérico. El vocablo, verbalizado, literalmente se refiere a pegar con el sombrero o dar de sombrerazos, que al parecer sería como la manera más suave y probablemente, más humillante de castigar. De ahí vino la acepción de que luq'iyay puede ser engañar, tomar el pelo, timar. Dada mi corta semiología, no tanto semántica, me traslado a despacharme con mi acto.
Las calles con sus pititas, la sentencia es de Evólatra, no aguantó más los insultos a la democracia y al servicio personal y grupal que hicieron los encumbrados, de los aparatos del Estado. “No puedo ver ¡tanta mentira organizada…!” decía la canción que encumbraba en nuestras juventudes nuestras dotes “revolucionarias” (lo éramos en canciones, protestas, huelgas de hambre; algunos contemporáneos hasta empuñaron las armas, no me refiero necesariamente al que devino el gurú del pensamiento MASificado, el vice que había sido nomás un mostrenco, la frase es de nuestro infalible diputado Quispe, con esto resultó que ni licenciado del cuartel había sabido ser. Sin embargo se endilgó la capacidad de la ciencia infusa).
Desde su génesis tejieron muy bien la figura de, dizque, un indígena (según Vargas Llosa, un mestizo más, como la mayoría en nuestro continente), un sindiqhatero nomás resultó, pero le convino más el sufrimiento persistente de los indígenas, tan convenientemente utilizados con un cacique entronizado hasta en ceremonias peculiares en Tiahuanaco, en una mezcla de rituales que mezclaban en armonía lo aymara, quechua, posiblemente tahuanacota. Este santurrón de la reivindicación inventada no respetó el muyu, la rotación de cargos y creyó instalarse, lo quisieron instalar en una especie de inca (que conste que estos diezmaron a los aymaras y en sus ritos reinventados predicaron la armonía entre ambos pueblos). La memoria recuperada y predicada como dogma siempre tiene sus engaños, porque no importan la antigüedad ni la autenticidad, sino la dirección que el presente quiere dar a la antigüedad o al pasado. Los acomodos son de conveniencias ideológicas que la historia cronológica puede desmentir.
Después vino la fascinación, la novedad de que alguien como el cacique “machacado”, apareciera en el ámbito de las revoluciones. Fue elegido, reelegido, quiso reelegirse, nos espetó que su derecho humano valía más que el de los que le dijeron que no (21F). En esto fue mandando sobre todos los órganos y nos quiso vender como racismo y discriminación el descontento generalizado que su grosero fraude provocó. Hasta ahora esperamos que reconozca lo que hizo, por el contrario nos dice que hubo golpe, que se marchó para pacificar, cuando justo después de su partida salieron unas hordas insensatas a querer vencer los intentos pacíficos de sus mandamases. Los de las pititas le pusieron un parón al abuso disfrazado de indígena y a la mentira que seguía jugando a la víctima, cuando en realidad ese quejoso cacique caído provocaba todo lo que criticaba y denunciaba.
Ese régimen nos dio con el luq'u (además es el sombrero viejo que solo sirve para golpear o para hacer broma) hasta el cansancio y nos dibujó una patria de tanta igualdad y talento, que ahora (ofrecemos más capítulos de escándalo después) los hechos empiezan a contradecir y a desmentir.
Se construían un aparato tan perfecto y rocambolero, que hasta el palacio que se construyeron con la mentira de que era del pueblo los delata. ¡Ahh!, después de haber renunciado (dicen ellos, hasta nuevo aviso o abuso, volverían hechos millones. Hasta en esto abusan de lo indígena y del sacrificio del Katari que lo fue de verdad).
Resultó verdad aquel verso del folklore local que reza en quechua: “Urmawaqtaq, llusk'awaqtaq/Cerca la muerte chantari/Pay urmachiwan niwaqtaq”. (Cuidado caigas, cuidado resbales –tropieces– y cuando esté cerca la muerte acuses y digas, él me hizo caer –es el causante de mi caída). La última versión de este buen zapateo que escuché en arte de Los Masis resultó premonitorio y certero. Para colmo la canción no tenía nada de política, sino de amores y amoríos; supongo que la política lo es.
Recibir sombrerazos ya no debería estar en nuestras prácticas. Como los grandes bohemios y bromistas dijeron, a mamar a Huari.