Kobe Bryant (1978-2020)

CIENCIA CUÉNTICA César Maldonado (Sinchi Saxa) 04/03/2020
PUBLICITE AQUÍ

Tenía 41 años. Fue estrella del baloncesto. Ganó cinco campeonatos con los Lakers de Los Ángeles. Tuvo algunas medallas de oro olímpicas. Iba en un helicóptero que le privó de la vida a él y a otras ocho personas, entre ellas, su hija apodada Gigi, dicen, gran promesa del baloncesto. Esto sucedió el 26 de enero en un sector llamado Calabasas (Calabazas en castellano), California. Desde entonces lo han llorado y homenajeado.

La pasión de Kobe por su deporte fue consistente, siempre quiso ganar, siempre intentó superarse más. Él mismo se llamó Black Mamba; la mamba es una de las serpientes más venenosas y letales del mundo y habita en África. Respetó a sus rivales. Sobre todo, dicen, fue un gran papá –sólo tuvo hijas, él mismo se decía girls’ dad (papá de niñas). Fue juzgado por violación y fue absuelto. Parecerá una tautología, no se tomó a juego su deporte, siempre buscaba maneras de superarse para superar su nivel. Su profesión era el baloncesto, no asistió a ninguna universidad, saltó de la secundaria al profesionalismo; otro grande hizo lo mismo, Lebron James, que ahora también juega para los Lakers.

Me atengo a esto porque me impresionan las personas que no son mediocres en lo que emprenden. Incluso me atengo a esto porque en mi vida de educador he escuchado, a menudo, a los estudiantes decir que para qué estudiar y me ponen ejemplos variopintos: Kobe, Lebron, Michael Jackson, Bill Gates, uno de los fundadores de Microsoft; el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, que dejó la universidad; Messi, para no enojar a los futboleros. Se nombra a un universo variopinto. En esta arremetida, que más parece una justificación para la mediocridad, se hace difícil una respuesta.

Mis respuestas contra estos arrebatos suelen ser: hay un solo Gates, un solo Jackson, un solo Kobe, que si tú fueras uno de ellos ya lo estarías demostrando y destacando en tus cualidades desde muy temprano. La mayoría, les sigo diciendo, no tenemos más remedio que usar la cabeza y soportar el duro de las banquetas en estudios tercos y torpes. Además, la mente dura más que los músculos y progresa de modos formidables.

Confundimos nuestro deseo y admiración con la capacidad y talento de quienes admiramos y creemos ser su némesis o alguien superior a nuestro ídolo, cuando la realidad prueba estrictamente lo contrario. En esto la admiración prueba ser un escapismo y un pretexto para la realidad que no queremos afrontar. La admiración hacia alguien es buena siempre y cuando este sentimiento nos impulse a ser alguien notorio, nos impulse a ser nosotros mismos y a desarrollar las cualidades con las que contamos, que es lo que hicieron las personas que admiramos. Cada uno tiene sus talentos y sus cualidades, y a ratos la excesiva admiración nos quiere mandar a ser otro, no nosotros mismos; no queremos explorar ni explotar nuestros propios talentos. A menudo usamos la admiración para ser mediocres y quedarnos en el pretexto de no emprender nada; en algunos casos usamos de nuestra flojera para agotar la hacienda de nuestros progenitores.

Kobe supo explotar el talento que tuvo al máximo y no se durmió en los laureles como a menudo ocurre con nuestros talentos tempranos, deportivos o académicos. Tenemos tantos ejemplos en esto que ya nos da tristeza nombrarlos. Con haber metido un gol clave, haber sido convocado a la selección, creemos que solo el nombre, sin consistencia ni mayor entrenamiento, sin disciplina ni sacrificios, ya los hace estrellas y que su fama temprana responde a la ley de la inercia, cuando lo único que se mueve hacia lo inevitable es nuestra vida o nuestro paso al fracaso o a la frustración.

Compartir:
Más artículos del autor


Lo más leido

1
2
3
4
5
1
2
3
4
5
Suplementos


    ECOS


    Péndulo Político


    Mi Doctor