El domingo pasado, primer domingo de Cuaresma, la liturgia dominical nos presentó las tentaciones de Jesús, sujeto Él como humano a las tentaciones de Satanás. Con las tentaciones muestra la cara humana de Jesús. Así se nos recordó a todos que somos pecadores y se advierte que todos estamos sujetos a la caída. Jesús nos ha señalado el camino correcto para no caer en la tentación. Hoy, segundo domingo de Cuaresma, se nos presenta al Jesús divino con el acontecimiento de la Transfiguración. La Iglesia en la Cuaresma nos anima a dejarnos transfigurar por la gracia divina. Por ello, entremos de lleno en el tiempo de conversión. Tiempo de purificación que lleva a la Transfiguración.
El evangelista y apóstol Mateo nos narra la Transfiguración que experimentó Jesús en presencia de los discípulos más cercanos, Pedro, Santiago y Juan. El evangelista advierte que junto a Jesús están dos grandes personajes: Moisés y Elías, que conversan. Que vienen a ser como los representantes de la “ley” y los profetas del Antiguo Testamento. Ellos gozaron de la visión de la gloria de Dios en el monte, porque los dos habían experimentado en sus vidas este número simbólico: cuarenta. Cuarenta días en el monte, Moisés. Cuarenta días de viaje hacia el monte, Elías.
Hoy la palabra de Dios coincide desde Abrahán, desde Cristo y desde Pablo, en juzgar nuestra fe juzgando nuestra obediencia; mirando hasta qué punto vivimos y qué consecuencias suyas aceptamos. Porque esta es la verdad: la obediencia real, viva y concreta a la palabra de Dios, a su voluntad, a su llamada. La primera cosa en este tiempo de Cuaresma: ¿nos sentimos llamados nosotros de verdad por Dios, para alguna misión importante en la vida? ¿Acaso creemos que las llamadas y las misiones son caminos extraordinarios reservados a unos pocos? ¿Se ha reservado la llamada a los frailes, monjas y sacerdotes, como si el ser cristiano no fuese una vocación en el mundo que alcanza al vivir de todos?
Cada uno responde a la llamada que le hace Dios. Nos debe animar en esta Cuaresma el camino recio y fiel de Abrahán -sobre todo el de Cristo- hacia la Pascua. Haremos bien en mirarnos al espejo de Abrahán, confiar en Dios, seguir el camino de la vocación a la que nos ha llamado el Señor. No vale servir al Señor sólo cuando es fácil y todo nos va bien. Tenemos que creer en Dios, o creer a Dios. También cuando nos asalta la duda y nuestra fidelidad se ve tentada por las voces y criterios de este mudo.
En el acontecimiento de la Transfiguración somos invitados a remotivar y refrescar nuestra condición de discípulos. Tenemos que escuchar más a Jesús. En la Cuaresma y a lo largo del año, domingo tras domingo, día tras día, acudimos a la escuela del maestro y Él nos va enseñando, con su ejemplo y con su palabra, el camino de la salvación y de la vida. En la oración, al principio de la eucaristía, hemos pedido a Dios: “Tú nos has enseñado, con su ejemplo y con su palabra, el camino de la salvación y de la vida”.