Las palabras del coronavirus

DÁRSENA DE PAPEL Oscar Díaz Arnau 13/04/2020
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Las palabras son una buena medida del tiempo en que nos toca vivir y crisis, la palabra crisis, no es por supuesto nueva: nos la conocemos de memoria. Que extrañamente el mundo desarrollado la pruebe en su más cruda dimensión no está para nada mal. Suelo no pensar así, discúlpeseme esta vez la sevicia de regodearme con la democratización de las penurias, con la redistribución —por lo menos— de esta crisis.

Dicen que casi todo esto es nuevo para todos, que vivimos una situación sui géneris, que aunque a lo largo de la historia de la humanidad hubo pandemias letales para miles y miles de personas, nunca antes tuvimos que pasar por algo exactamente así. Cierto, pero también la nueva peste es la vieja peste de contagiados —de apestados— por un nuevo virus; imaginen el futuro. Nada es ni será nuevo bajo el sol.

Crisis. El mundo está preocupado por su salud; es más, está asustado. Quizá la mayoría le tema a la muerte y, entonces, el miedo sea una reacción natural. Según el neurocientífico Facundo Manes, la conducta de las personas en miles de años se resume, osada y básicamente, con la idea de “detectar el peligro para poder sobrevivir”, porque “cuando detectamos el peligro tenemos la posibilidad de luchar, de paralizarnos o de huir”. En eso estamos ahora mismo, como hace miles de años, ante el monstruo de la pandemia.

Pero crisis —como miedo, como temor o como pavor— dejará de ser una palabra común y exclusiva para la salud; también se la necesitará para la economía y el alimento. Es que no hay salud sin comida. Y no hay comida sin dinero.

A propósito de economías, ¿han notado cómo antes ciertas palabras estaban confinadas a determinados rubros o a servicios profesionales? Barbijo, guantes de látex, alcohol, respirador, UTI, rara vez habían salido del ámbito físico de las emergencias de los hospitales o los quirófanos. Gel, sanitizador, jabón, agua, ni qué decir laboratorio o reactivo, eran productos para unos privilegiados. Y siguen igual. A veces nos olvidamos de que en el campo, aunque cada vez menos, vive gente.

¿Han notado la nueva vacuidad de viejas palabras? Algunas se han adherido inopinadamente a la cuarentena. Otras, directamente han muerto: la mortandad de las palabras. No es que tuvieran fecha de vencimiento, es que tienen vida propia y, como todos, se acomodan o se reinventan según los diferentes tiempos.

Por ejemplo, auto o moto o bici solían ser palabras que aludían a movimiento, no a estacionamiento o a enmohecimiento u oxidación de semanas o meses interminables. Recuerdo que con encenderlas o pedalearlas, uno se trasladaba de un lugar a otro.

La palabra calendario era bastante útil; como las agendas, como los espejos. Un lunes de almanaque era el primer día de la semana laboral y un domingo, el de descanso; el jueves era el viernes chico y el genuino viernes, la puerta hacia la libertad hecha vida social, de cuando la vida era en sociedad y no el encierro familiar o en soledad.

Concesionaria resultaba muy conveniente para comprar autos; óptica, para enfocar (o desenfocar) la vista; heladería, para enfriar el cuerpo; caserita, para obtener la yapa, y banco, para vivir engañado pagando intereses con la ilusión de que los sueños se hacen realidad.

Por siglos la palabra imprenta hizo la magia de empastar o compaginar historias bajo la apariencia de libros y periódicos en papel. Y la palabra librería significó un lugar con estantes llenos de libros —de papel— que se vendían y se leían cada vez menos.

Las palabras se desgastan pero, convenientemente para sus portadores, al mismo tiempo que van apareciendo nuevas, también se amoldan a la realidad que les toca. ¿Han notado cómo hemos ampliado nuestro léxico? Ahora decimos Zoom, Netflix, teletrabajo, solidaridad, familia, médico, enfermera, viejo, anciano, adulto mayor.

No sé si les va quedando claro que clic, ventana, chat, insertar, celular, TikTok, Facebook o WhatsApp, serán palabras difíciles de matar para una pandemia empecinada con las personas, mientras otras personas, muy concentradas en lo suyo y poco en lo de los demás, no se dejen morir. A propósito de extraterrestres, ¿han notado la obscenidad de la palabra “encapsulamiento” cuando los encapsulados son, precisamente, personas? Coronavirus, en cambio, tiene un problema de raíz: su compostura de once letras, entre monárquica y venenosa, no goza de mucha simpatía.

Cuarentena. Distanciamiento social. Confinamiento. Aislamiento. Encapsulamiento. Aplanamiento de la curva. Silencio epidemiológico. Fase tres. Túnel de desinfección. Kit. Metro y medio, dos metros. Covid-19. Wuhan. Test. Vacuna. Luz al final del túnel.

En fin, que las palabras son una buena medida del tiempo en que nos toca vivir.

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