Divide et impera (divide e imperarás) es una estrategia política que ha funcionado para gobernar sojuzgando, a los pueblos de la humanidad, desde los tiempos del emperador romano Julio César (100-44 a. C.).
Por bastante tiempo fue esta estrategia fundamentalmente por poder. En los últimos siglos, al concluir los procesos colonizadores, mutó para facilitar proyectos autoritarios y de perpetuidad en el ejercicio de poder gubernamental; apoyado en los beneficios de la corrupción e impunidad y facilitado por el declive institucional inducido de contrapesos.
Hoy es táctica, sino en todos, de la mayoría de los que participan en la vida política en nuestros pueblos; especialmente en aquellos que no necesitan el ropaje institucional de los llamados partidos políticos. La misión, acción e ideología que los caracterizan importan cada vez menos, porque los beneficia más diseminar odio, sembrar intriga y poner a la estafa como regla de vida. Las urnas premian al que más oculta y trama y al que, en nombre de sus pueblos, distorsiona la realidad para obtener ventajas para sí y los grupos de poder que representa.
La consecuencia es que vivimos en sociedades “polarizadas”, aunque cada vez se habla menos de doctrina e ideología. Mundo ideal para que la improvisación, lo mediático y la encuesta, dependiendo del lugar, pongan o quiten gobiernos. Los procesos de construcción política democrática han sido abandonados. Sobran ejemplos en los niveles municipal regional (departamental) y nacional en nuestros Estados y aumentan su visibilidad y número a medida que se acercan las convocatorias electorales.
Es impresionante verlos cómo, usando esas reglas clientelares y de componenda, defienden sus cuotas. El interés general ya no existe. Prima el “todos contra todos” y no existe la menor intención de ponerle remedio. Mientras esto ocurre los problemas nacionales se agudizan y muestran al Estado como ineficiente, ineficaz y hasta inservible. Los que más cuchichean y despotrican, curiosamente, son los que hacen parte de estas logias pasadas y actuales de poder.
Es un indeseable aquel que se sale de estos esquemas imperantes y los enfrenta, promoviendo y defendiendo iniciativas superiores que favorecen a pueblos; lo acusan de “mentiroso” o de “estar en campaña”. Me ocurre, en este tiempo, en mi provincia y región (San Miguel – Cajamarca, Perú) debido a que, con un grupo de alcaldes jóvenes, estamos enfrentando a caciques de la política que tienen secuestrados ámbitos institucionales que deciden la infraestructura vial provincial y regional, que nos niega desde hace décadas una carretera asfaltada; por los intereses que tienen de seguir con sus iniciativas de mantenimiento de “caminos vecinales” o “trochas” que cada año se lleva la lluvia. Acaban de recibir más de 15 millones de nuevos soles (casi 5 millones de dólares) y lo están celebrando de cara al próximo proceso electoral. El regalo que nos dan, para distraernos mientras se reacomodan en su cuota y no perderla, es una ley declarativa (Ley 5554/2020-CR) que juran –como por magia– resolverá la infraestructura vial de la provincia con mayor déficit en mi región.
En este contexto, el despertar de pueblos sometidos a un largo adormecimiento y división, es urgente y necesario. Necesitamos, con mente abierta, pluralidad y compromiso, rediseñar matrices de opinión pública en base a verdades y no mentiras, acciones y no omisiones y con claridad desterrar las tergiversaciones de los hechos. Los que dividen para gobernar son obstáculos para el desarrollo y progreso de pueblos.
Si América Latina está viviendo un despertar de pueblos, como consecuencia, entre otros factores, de la hegemonía de reglas que facilitan la concentración de poder político y económico, la corrupción y la impunidad, para que sea proceso transformador debe echar raíces también en los ámbitos de base de la estructura funcional del Estado. Necesita, para multiplicarse y fortalecerse, mover a la población hacía acciones de control vigilancia y fiscalización de la labor de sus autoridades en todos los niveles; pero sobre todo de participación política institucional inspirada en valores y principios y desde el seno de la sociedad.
Mientras un pueblo siga dormido solo podrá soñar. Si despierta y se despoja de sus lastres y anclas que lo mantienen en el hoyo, podrá actuar.