La nueva brecha entre las economías

Juan Pablo Calderón 14/10/2020
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Cuando era niño, en los 80', escuché varias veces decir a los mayores que las cosas llegaban a Bolivia 10 años después en cuanto a tecnología, know-how, economía y otros. El mundo era distinto, evidentemente hemos avanzado mucho como país y ahora, en esta época tecnológica, eso ha cambiado. Pero lo ha hecho solo en cierta manera.

Ese escenario obedece, lo queramos o no, a una ley econométrica que mencioné en otro artículo y que plasma de una manera cruda e indiscutible una realidad que no existe manera de evitar: siempre habrá ricos y pobres, y siempre habrá una brecha creciente entre ellos.

Ahora, al retornar 16 años después a Bolivia, creo que de cierta manera nos hemos acercado a un tren que se movía constantemente; sin embargo, muchos pasajeros de ese tren ya viajan por avión. Me explico: actualmente, luego de una serie de inyecciones de liquidez, rescates a empresas, bonos de ayuda y otras medidas generadas por la pandemia, a abril de este año –seis meses atrás– según el Fondo Monetario Internacional ya se habían inyectado más de 14.000 billones de dólares en el sistema de 50 países, siendo esta cifra actualizada a la fecha en las siguientes semanas donde existen previsiones de superar los 400.000 billones, únicamente en la Zona Euro según Goldman Sachs, sin tener en cuenta una segunda ola covid-19. Para hacerse de referencias, algunas propuestas económicas en Bolivia involucraban entre 2 y 8 billones para afrontar nuestra recuperación.

El problema no es únicamente de capacidades respecto a escalas, sino también de consecuencias. Una de ellas es que, como resultado de una nueva situación de mercado, en Europa, Asia y Norteamérica, principalmente, el acceso a capital fresco es extremadamente bajo. En estos lugares se han cerrado transacciones por bonos y préstamos por miles de billones a tasas irrisorias en moneda fuerte que no alcanzan ni al 0,6% anual. Esto no únicamente en el sector público, sino en el privado. Ese capital, luego, soporta los planes de recuperación previstos anteriormente.

Otro aspecto importante a recalcar es la dificultad para definir la palabra “recuperación”. Antes de la pandemia, como en toda época de crecimiento, el plan original económico del mercado exigía manutención y expansión con retornos cada vez más elevados y ambiciosos, por lo que una “recuperación” incluye en sí un retorno a ese plan original, donde el componente expansión de ese plan ahora además cuenta con ingentes cantidades de capital barato, casi regalado.

Pero, ¿cómo el acceder a inmensas cantidades de capital barato puede ser un problema? Eso depende del concepto de relatividad. Si tienes acceso, es una bendición; pero, si no, viviremos la experiencia de correr tras un tren, tal vez a la misma velocidad que lo hacíamos antes o en el mejor de los casos alcanzarlo y subirnos en él, pero dándonos cuenta de que los pasajeros que antes estaban ahí, ya están a una gran distancia en un jet privado. Esto se observará cuando, dentro de poco, empresas internacionales inviertan en proyectos relevantes, absorban empresas, estructuren acuerdos privados-estatales,  simplemente compren ese tren o, peor aún, ya ni se interesen por él.

De ahí la importancia de no creer que la recuperación de nuestra economía deba contener únicamente un modelo estatal aislado, tal como hemos vivido en el pasado o lo observamos en algunas propuestas. La apertura a inversiones privadas internacionales y la estimulación a los emprendimientos internacionales condicionados a la inclusión de nuestro sector privado es elemental. Caso contrario, observaremos que, según esa ley econométrica, en la nueva realidad poscovid-19 el mundo no solo estará reducido a unos pocos actores aún más grandes que antes, sino que no tendremos ningún tipo de relación con ellos y la brecha entre ambas partes solo se incrementará a una velocidad mayor.

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