Por fin, el Tribunal Supremo Electoral ha publicado los resultados finales del 18-O proclamando ganadora a la fórmula Arce – Choquehuanca del MAS (55,1%) y recordando de taquito (por si acaso) que el poder no es ilimitado.
Asumiendo esos resultados, pues como abogado ahora no dispongo de suficientes elementos probatorios que objetivamente me hagan sospechar de algún fraude –más allá de los probados antecedentes del partido ganador– y compartiendo en gran parte los sesudos análisis que explican ese triunfo, la debacle del segundo en liza (28,83%) y el papelón del tercero (14%), que terminó nomás de tonto útil, encuentro una yapa a esas explicaciones, principalmente desde Chuquisaca (MAS 49,1%; CC 45,95% y Creemos 2,24%).
Considérese que independientemente de aquellos resultados del 18-O, a nuestra historia reciente le es imposible obviar una serie de acontecimientos irrefutables hasta para gran parte de los ganadores, como lo prueban sus triunfales discursos por los que en su mayoría intentan separar las aguas de sus hermanos antecesores, tales como el fraude electoral anterior, el ejercicio delincuencial del poder absoluto caracterizado por las masacres de La Calancha, Las Américas, del Oxígeno o los abusos de Chaparina, pasando por la “Doctrina Morales” del meterle nomás por encima de sus propias normas y su CPE.
Esto incluye la prostitución de la administración de justicia mediante sus juristas del horror (“derecho humano” a la reelección indefinida; casos 24 de mayo, terrorismos y muchísimos otros más), todo eso sin la menor pretensión de exhaustividad.
Pese a ese estado del arte que, insisto, es simplemente referencial, resulta por lo menos sorprendente la nueva victoria electoral con mayoría además y, al menos por el momento, sin sospecha razonable de fraude, por mucho 'know how' que ostente el partido de los ganadores.
En ese sentido y a la luz del resultante votante promedio que le habría nuevamente confiado la administración del Estado a esa fórmula, por si fuera poco, de forma mayoritaria (55,1%), pienso si es que no estaremos ante un caso de sadomasoquismo electoral.
Según cualquier diccionario elemental y extrapolando hacia lo electoral, esa desviación consiste en disfrutar, causando y recibiendo, humillación y dolor: ¿No es que el partido triunfador le ha causado al ciudadano, incluyendo gran parte de sus votantes, principalmente humillación y dolor? ¿Acaso no les ha utilizado sistemáticamente como carne de cañón para marchas, bloqueos y 'khaleaduras' enviándoles obligatoriamente a participar, incluso, a riesgo de su integridad? ¿No les obligó a aportar mensualmente con parte de su sueldo y esfuerzo al partido?
¿No condicionó la adjudicación de obras y/o sus pagos, a los 'quinciños'? ¿No usó la administración pública como si fuera de su propiedad, incluyendo sus conciencias y dignidad? ¿No les obligaban los jefes de personal u otros funestos personajillos a publicar loas diarias a su jefazo en las RRSS, en contra de su conciencia y dignidad?
¿No prostituyeron a la administración de justicia hasta degradarla como su patio trasero? ¿La Fiscalía como su lavandería y/o anexo al Ministerio del Interior o al gabinete jurídico? ¿La Policía y las FFAA no se dedicaron a atarles los guatos, gritando encima consignas de algún asesino que antes combatieron? ¿No les hacían disfrazar grotescamente según la ocasión? ¿Será una suerte del tradicional: “me pega porque me quiere”?
Podría intentar resumir toda aquella situación brevemente descrita a través del vaciamiento total de la institucionalidad de un Estado contemporáneo medianamente “civilizado” y, en el plano individual, por el uso bastardo de la dignidad de los ciudadanos incluyendo hasta sus simpatizantes, huyendo de aquella famosísima fórmula que impide usar al ser humano como objeto o medio para algún fin.
Maistre sentenció: “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.