Cada ser humano tiene una noción particular de la verdad, y eso conduce a la conclusión inequívoca de que existen muchas verdades, todas acomodadas a la visión particular de quien la proclama. Pero existen verdades generales, igualmente inequívocas, que surgen de las coincidencias o denominadores comunes de las verdades particulares. Existen, también, las verdades generales indiscutibles, aquellas que están frente a los ojos de todos y, por ello, son innegables.
Hay una verdad innegable e inequívoca tras los resultados de las elecciones: el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha vuelto a ganar y, como consecuencia de ello, los próximos gobernantes del país serán Luis Arce y David Choquehuanca.
Otra verdad innegable e inequívoca es que las elecciones del 20 de octubre de 2019 fueron fraudulentas. Frente a la veracidad de ese aserto, el MAS ha intentado, desde el momento mismo en que el fraude fue expuesto y comprobado, posicionar el argumento de que en Bolivia existió un golpe de Estado. Ese libreto no ha cambiado y es repetido como letanía por sus militantes y simpatizantes. En el juego político la sinceridad es una palabra más, igual que la verdad.
En alguna oportunidad, sus dirigentes prometieron trabajar para que el MAS permaneciera en el poder incluso 50 años. Y para ello construyeron un relato por el que se confronta su proyecto político con el de la oposición, a la que califican de una tendencia ideológica de derecha.
En ese sentido, continúan sosteniendo que el año pasado hubo un golpe de Estado en Bolivia. A partir de ahí, todo es ilegal e ilegítimo: la presidenta Áñez, que asumió el mando de la nación, es “autoproclamada”; y se carga contra la Policía por los motines y contra el Ejército por el apoyo que quitaron al expresidente Morales antes de su huida a México.
Para Morales, la prensa es “enemiga”. Y las protestas de 2019 fueron realizadas por “pititas” (despectivamente hablando).
Entonces, el MAS ha identificado a sus enemigos y, ahora, una vez que reasuma el poder, muchos temen que actúe con represalias contra ellos.
Recientemente, poco antes de partir hacia Caracas en un avión enviado por Nicolás Maduro, el expresidente ha identificado, además, a otro enemigo: Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos, que mantiene lo que dijo esa institución en su momento a través de un informe lapidario: en las elecciones de Bolivia de 2019 hubo fraude. Morales ha pedido la renuncia de Almagro.
(Valga la oportunidad para aclarar que la comunidad internacional se ha manifestado a favor de que, en las últimas elecciones generales, del pasado 18 de octubre, no hubo fraude, tal como señalan algunas organizaciones y personas particulares en el país).
Pero Almagro no es el único que está en la mira. En las últimas horas ha comenzado a circular en las redes sociales una lista de “los intelectuales de derecha que deben ser juzgados y linchados mediáticamente por la sociedad”.
Del otro lado de la balanza, hace mucho que los intolerantes, ya sea por clasismo o por racismo, rechazan abiertamente y de plano —sobre todo por aquellas mismas redes sociales— a quienes piensan diferente desde la orilla del MAS.
La división de los bolivianos se patentiza una vez más por los distintos pareceres políticos, imbuidos en eso que se ha constituido en parte de nuestro gen: la polarización.
Las venganzas y los resentimientos no contribuyen a la necesaria pacificación del país, más aún ahora que los resultados de las últimas elecciones obligan a todos a establecer un pacto social a favor, principalmente, de quienes lo necesitan imperiosamente después de muchos años de postergación.
El MAS, por supuesto, tiene la responsabilidad mayor. El país entero espera del nuevo presidente, Luis Arce, y de su partido, solo actos de grandeza en ese sentido.