Ha pasado la primera semana del tiempo de Adviento, que nos ha hecho una fuerte llamada a vivir la esperanza. Para el cristiano que se abisma en la Palabra de Dios, en todas partes está presente la esperanza –frágil y fuerte– y el porvenir, en continuo renacer. La esperanza hace vivir, dicen algunos, y otros descubren que Dios dice: “La fe que yo prefiero es la esperanza”. Una esperanza que es todo lo opuesto a la resignación. Este camino de vivir la esperanza, que nos propone el Adviento, es una obra de paciencia en la que las personas tienen que descender a profundidades cada vez mayores, para redescubrir la semilla escondida que tantos frutos ha producido ya en la tierra, que es la persona humana. ¿Has buscado a Dios en lo profundo de tu ser?
La mayoría de las personas estamos viviendo los preparativos propios de este tiempo. Los festejos de la Navidad y del Año Nuevo, dos fechas distintas, pero prácticamente unidas, nos están invitando a tomar medidas de preparación. Y en este año también con las anunciadas medidas de bioseguridad por la pandemia que nos envuelve. La vida es una constante preparación para muchísimas cosas. La falta de preparación puede arruinar las mejores perspectivas. El Adviento es una convocatoria a prepararnos para celebrar, lo mejor posible, el gran acontecimiento del nacimiento del Salvador y Redentor de la humanidad, el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret. Por ello, habrá que hacer todo lo posible de nuestra parte. Si nos preparamos bien para estas fiestas, es señal de que nos interesa Jesús y la oferta de vivir el misterio de Dios hecho hombre.
La Palabra de Dios en la Liturgia de este domingo nos ayuda a entender cómo hemos de preparar los caminos de Dios. El profeta Isaías nos ofrece una pista clara: la invitación a preparar el camino del Señor está precedida por el anuncio de que ya se cumplió la condena merecida por los pecados. El pecado quedó atrás. El pecado es la raíz de las dificultades para recibir a Dios. Con el alma, pasa lo mismo que con el cuerpo. No se puede pretender recuperar la salud mientras se siga llevando la vida desordenada que causa la enfermedad.
La palabra de Isaías nos da varias comparaciones para hacernos ver cómo preparar los caminos de Dios: además de abrir caminos en el desierto, se trata de rellenar valles y hondonadas, aplanar montañas, enderezar caminos desparejos. La Iglesia en sus oraciones del Adviento reza así: “Abaja los montes y colinas de nuestro orgullo y levanta los valles de nuestros desánimos y de nuestras cobardías… Destruye los caminos del odio que dividen a las naciones y allana los caminos de la concordia entre los hombres”. Y esta otra oración: “Rellena, Señor, lo que falte a nuestro amor, para que sea constante, a nuestro diálogo para que sea profundo, a nuestra entrega, para que sea creadora. Aplana las montañas de las ofensas sin perdonar, de las pasiones sin dominar, de las ambiciones sin moderar”. Sin duda alguna, que estas oraciones nos pueden ayudar a orar humildemente a nuestro Dios y a examinar nuestras conciencias adormecidas.