¿Quién quebró el Estado? Yo no fui, fue Teté

RAÍCES Y ANTENAS Gonzalo Chávez A. 14/12/2020
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Para enfrentar la profunda crisis que vive la economía boliviana se necesita de un diagnóstico sereno y honesto.
Hablar de un apocalipsis económico y de un Estado quebrado no es la mejor estrategia para calmar las expectativas de los agentes económicos, empresas y personas. Después que no nos sorprenda la salida de divisas del sistema financiero nacional. La verborrea política también puede contribuir a una crisis financiera que nadie desea. Los bancos –después del diferimiento de créditos de nueve meses– están en una situación que requiere de cuidados y direcciones cautelosas.
Una lectura serena de la economía boliviana, muestra que hubo logros en términos de crecimiento del producto y menor pobreza hasta el año 2013, impulsado por los precios fabulosos de las materias primas y medidas internas para distribuir ingresos, como los bonos. Sin embargo, todos estos resultados fueron alcanzados caminando en círculos en el patrón de desarrollo primario exportador.
En el 2014 se produjo un shock negativo externo y Bolivia perdió alrededor del 30% de sus ingresos de exportación. El avión, con serios problemas en el motor externo, prendió el motor interno de la demanda agregada. El Gobierno de Evo Morales aceleró el gasto y la inversión pública para sustentar el crecimiento. No obstante, el aumento significativo de ambos indicadores no fue suficiente para detener la desaceleración de la economía.
La caída de los precios del gas y los minerales fue persistente y generó un déficit comercial elevado, para compensarlo y financiarlo, a partir del año 2014, se perdieron reservas internacionales (8.500 millones de dólares entre el 2014 y 2019 y 1.500 millones en el 2020). También se registraron déficits públicos elevados.
En efecto, el déficit público, entre los años 2014 y 2019, fue en promedio de 6.77% del producto. Con la pandemia y la cuarentena subió a más de 12%.  En la coyuntura actual se habla de déficits públicos buenos y malos. Por supuesto, hasta el 2019, se tratarían de desajustes fiscales pasajeros y, por lo tanto, inclusive revolucionarios. Serían resultado de inversiones y gastos públicos en infraestructura u otros sectores, que, a futuro, rendirían frutos financieros, económicos y sociales. Se trataría de una inversión pública virtuosa que generaría rentabilidad de mediano y largo plazo. Lamentablemente, este no fue el caso del periodo mencionado. Gran parte del déficit público se explica por gasto corriente y superfluo y obras públicas de dudoso retorno. Obviamente, el déficit de la gestión de JeanineÁñez fue alto y de igual manera complicó para el erario nacional. En Bolivia se aplica el dicho que dice: En la noche todos los gatos son pardos, de igual manera que todos los déficits públicos son malos. Es una leyenda urbana, la historia del déficit público bueno. La idea de déficits públicos virtuosos es una teoría económica que aún está por verse en Bolivia.
En el año 2013, el crecimiento del PIB fue récord llegó a 6.8 por ciento. Pero, en 2014, se llegó a 5,4% y a 4,8% en 2015. Y entre 2016 y 2018, el PIB sólo aumentó en 4,2% al año. En 2019 continuó la caída, 2,2%. La crisis económica comenzó con la desaceleración de la economía, parcialmente atenuada por el gobierno de Morales y se profundizó con el gobierno de transición.
El Gobierno de Áñez y la gestión de la Asamblea Plurinacional no fueron un dechado de virtudes. En el caso del Poder Ejecutivo, además del error de involucrarse en las elecciones, no fue capaz de construir un programa de reactivación económica coherente, cambió tres veces de Ministro de Economía y Finanzas y adoptó medidas aisladas. Además, en poco tiempo, la gestión se vio involucrada en problemas de corrupción. En el caso de la Asamblea, el MAS sacó legislación improvisada, inspirada al calor de la disputa política. El Legislativo emitió 28 Leyes en 11 meses. Por ejemplo, en temas económicos: la ampliación del tiempo del diferimiento de créditos, la Ley sobre alquileres, la autorización del uso del dióxido de cloro, el control y fiscalización de endeudamiento público y donaciones, sólo para mencionar las más polémicas. Finalmente, el bloqueo entre ambos poderes, especialmente en temas del uso de los recursos externos, complicó la vida económica a todos.
A pesar del talento para meter la pata tanto del Poder Ejecutivo como del Legislativo sus acciones, ciertamente, no fueron suficientes para generar la debacle económica actual. Sin duda alguna, la economía venía debilitándose desde hace varios años y mostraba signos de agotamiento estructural. La pandemia, la cuarentena y el mal Gobierno de Áñez terminaron empujando al aparato productivo al pozo recesivo.
La crisis económica es muy seria, pero estamos lejos todavía de ser un Estado quebrado o enfrentar una tragedia como en la época de la UDP. Hay un amplio margen para realizar una reactivación económica que pavimente un cambio en el patrón de desarrollo.
Una lectura técnico-política correcta de la realidad es fundamental para construir un plan de reactivación efectivo. También es clave preservar la reputación y la credibilidad de nuestras autoridades económicas. Se debe evitar que caigan en la especulación política. El conductor del barco económico debe mostrar sindéresis, transmitir tranquilidad y, sobre todo, capacidad y programas concretos para enfrentar la severidad de la tormenta. “El yo no fui, fue Tete” es una estrategia de la vieja política y tienen piernas cortas. A la gente, que está sin trabajo, y pasa hambre, o a la empresa que cerró, poco le importa cuando comenzó la crisis y quien la provocó.

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