El suicidio universal

Editorial Correo del Sur 11/01/2021
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La vida de los seres humanos cambia, tanto individual como colectivamente. Por eso, el mundo de hoy no es igual al de hace diez años, ni siquiera al de hace 12 meses.

En un simple ejercicio, recordemos cómo era el mundo –nuestro mundo, el de los habitantes de esta parte del país– hace solo un año:

Ya sabíamos que había una peligrosa enfermedad llamada coronavirus pero, puesto que era en China, nos parecía tan remota como sugiere el nombre de ese país. Ni siquiera se nos cruzó por la cabeza que llegaría tan pronto a Bolivia. La imaginábamos como el SIDA, que solo es contraída por ciertos grupos, así que creímos que su impacto sería similar.

No vivíamos precisamente en libertad, sino en libertinaje. Salíamos a la hora que se nos antojaba y retornábamos igual. El consumo de bebidas alcohólicas era muy alto, estaba en ascenso y había disparado los casos de atracos y homicidios.

El alcohol era el gran problema de nuestra sociedad. Para consumirlo, utilizábamos hasta la religión como pretexto. Las fiestas patronales, supuestamente en honor a advocaciones religiosas, eran motivo para consumo masivo de bebidas alcohólicas.

Si no era la principal causa, el consumo de alcohol era el detonante para otros delitos, particularmente de índole sexual. Las violaciones aumentaron geométricamente y cada vez eran más abyectas. Los violadores, generalmente enajenados por la bebida y/u otros estupefacientes, no solo obligaban a las mujeres a tener coito sino que les causaban daños físicos inenarrables.

El ser humano torció la naturaleza, cruzó los límites y eso causó la aparición de enfermedades como el SIDA. Pese a todas las advertencias que hicieron los científicos, no frenó su destrucción de la naturaleza. Así, se redujeron tanto la capa de ozono como las superficies selváticas. El planeta se hizo menos habitable por la acción del hombre.

El SIDA es una enfermedad que ataca solo a cierto grupo de personas, aquellas que se exponen por tener sexo homosexual y quienes debilitaron sus defensas por el abuso de las drogas. Cuando esta enfermedad apareció, muchos creyeron que era un castigo y su propósito era frenar las acciones de las personas en contra de la naturaleza humana. La enfermedad sigue siendo una pandemia, porque ha llegado a todo el mundo, y hasta ahora no se conoce una vacuna.

El covid-19, en cambio, ataca a todos por igual y no tiene nada que ver con conductas de colectivos. Llega, infecta y, eventualmente, mata. Sus principales víctimas son las personas que tienen enfermedades de base.

Al haber conseguido que la humanidad se confine, en 2020, esta enfermedad consiguió una pausa para el planeta. Por unos pocos meses, los ríos, y el mar, no fueron contaminados; las selvas no fueron incendiadas y, como la gente no salió a las calles, los atracos, y la muerte que ocasionaban, bajaron a su mínima expresión.

Una vez más, mucha gente habló de castigo, de una acción de defensa del planeta que, para evitar que las personas le sigan dañando, las arrinconó en sus casas.

Golpeados, luego de llorar a sus muertos, los humanos volvieron tímidamente a sus actividades habituales. Con barbijos en la cara, y buscando desesperadamente una vacuna, salieron a las calles con cuidado, pero con el miedo en niveles bajos.

Apenas se amplió los horarios de circulación, la mal llamada humanidad volvió a las andadas. Saltaron los reportes de asesinatos y violaciones, las selvas volvieron a arder y las borracheras retornaron, esta vez vestidas de actos de promoción de bachilleres, Navidad y Año Nuevo.

Para colmo, se empezó a calumniar a los barbijos y estalló toda una campaña contra las vacunas. Cansado de agredir a su planeta, el hombre ha decidido suicidarse. Y lo hace con ignorancia y soberbia.

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