Creíamos que las redes sociales habían contribuido decisivamente a democratizar, evolucionar y profundizar el ejercicio de derechos fundamentales como son las libertades de expresión, información, pensamiento u opinión. Resulta, sin embargo, que la realidad es otra, y prueba de ello son los acontecimientos de las últimas semanas en Estados Unidos.
La implacable censura ejecutada por los gigantes tecnológicos contra el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y contra decenas de miles de cuentas personales en las principales redes sociales, eliminadas de un solo plumazo, acaban de mostrarle al mundo entero que esas libertades están, hoy por hoy, a merced del poder ilimitado de un puñado de corporaciones que controlan las comunicaciones globales en la red Internet.
Han silenciado al mismísimo Presidente de Estados Unidos, así como a una incuantificable cantidad de seguidores suyos, y a otro tanto de personas que sostuvieron las denuncias y/o evidencias —también censuradas— de presunto fraude en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre de 2020.
Cuestionar la legitimidad de la victoria electoral de Joe Biden está, literalmente, prohibido. Y quien infrinja esas normas se expone a ser anulado, censurado e incomunicado.
La práctica se tornó inquisitorial luego de los violentos hechos producidos en el Capitolio de Washington DC. Se desató una verdadera persecución digital contra todo aquel que ponga en duda o no amplifique la versión de que esos hechos fueron un acto insurreccional alentado y planificado por Trump, sin importar que las imágenes y los hechos muestren otra cosa.
Paradójicamente, las mismas plataformas que callaron a Trump albergan, sin disimulo ni objeción, a líderes de regímenes autoritarios, antidemocráticos y violadores de cuanto derecho humano existe.
Similar papel jugaron, tristemente, las principales cadenas televisivas y agencias informativas mundiales, cuya narrativa dominante mostró, a nivel global, apenas una parte de la verdadera sucesión de hechos informativos que se produjeron desde el día de las elecciones hasta hoy mismo.
El mundo no recibió información confiable, amplia y plural. Solo tuvo acceso a la verdad dominante, una falsa verdad, diseñada y amplificada por los gigantes tecnológicos y comunicacionales.
Esa cadena de hechos, que abren las puertas a una suerte de neoscurantismo digital, no ha cesado. Y de más está recordar que quien controla la información domina también la opinión de las personas; o que una verdad contada a medias equivale a una mentira completa.
Así pues, en los últimos días se ha escrito una de las páginas más negras para la vigencia plena de la libertad de expresión. Un episodio cuyas consecuencias para EEUU y para las democracias del mundo están por verse.
Cuentas de informativos alternativos desaparecidas en las redes; periodistas y analistas autocensurándose para no pronunciar palabras “proscritas” en las redes; y otro largo etcétera de restricciones a quienes ejercían, de forma independiente, su derecho a opinar, expresarse o informar libremente. Un cuadro hasta hace poco inimaginable.
Lo sucedido no se circunscribe a la disputa política del país del norte. Marca un punto de inflexión a nivel global, un hito que delimita un antes y un después en el irrefrenable desarrollo de las tecnologías digitales de la información y la comunicación, así como el riesgo de la concentración casi absoluta de esos recursos en muy pocas manos; e incorpora, además, un elemento determinante en el proceso de recomposición del tablero geopolítico y geoestratégico mundial.
Caer en el fácil expediente de interpretar esos hechos con los viejos paradigmas de izquierdas o derechas, o con la lógica simplista de simpatías o antipatías hacia el polémico Donald Trump, es un acto de ceguera y pequeñez mental frente a la realidad y el contexto globales.
Si pudieron silenciar al presidente de la que todavía consideramos como la principal democracia y la mayor potencia militar y económica del mundo, ¿de qué más podrían ser capaces?
Para aproximarnos a una respuesta, empecemos recordando lo dicho por el propio padre fundador de Estados Unidos, George Washington: “Si nos quitan la libertad de expresión, entonces, mudos y silenciados, seremos conducidos como ovejas al matadero”.