Transcribo textualmente mi nota de fecha 2 de febrero del año 2000. El lector podrá apreciar que se advirtió ya sobre el estado del histórico puente hace 20 años. Si bien es cierto que se hizo alguna reparación, no fue suficiente como lo demuestra ahora la realidad. Se cayó parte y si no se actúa de inmediato, se perderá otra obra como ocurrió con el Puente Arce sobre el Río Grande. Una empresa privada, durante todo el año 2020 en sus tradicionales almanaques, reiteró el pedido de auxilio previniendo sobre lo que iba a pasar si no se tomaban medidas, y pasó.
De las joyas arquitectónicas del pasado ya no queda el Puente Arce, que fue construido sobre el Río Grande en la frontera con el departamento de Cochabamba. Ha tomado el mismo nombre el nuevo, de cemento, que presta un invalorable servicio pero que, obviamente, no tiene la belleza del que se perdió por irresponsabilidad y negligencia.
Queda, sin embargo, el hermoso puente colgante Antonio José de Sucre, construido en 1895, entre el límite natural de los departamentos de Chuquisaca y Potosí, celebrando el primer centenario del nacimiento del Mariscal de Ayacucho. Ha dejado de prestar servicios desde la construcción del paralelo, que lleva el nombre de Puente Méndez, pero sin lugar a dudas es una reliquia que deberíamos conservar ya que está en grave riesgo de desaparecer.
Es insólito que hace 105 años las generaciones de entonces, con menos recursos técnicos, hayan sido capaces de construir una obra necesaria a la que además se le dio belleza y que las generaciones actuales no seamos capaces de conservar obras de tanto valor, como el puente que es el tema de esta nota, o como los palacetes de La Glorieta y La Florida, que son parte de nuestra historia.
Como razón que trata de justificar la falta de capacidad y de iniciativa de los responsables, se recurre al pretexto de la falta de recursos y de nuestra pobreza, la que lógicamente se agudiza porque no somos siquiera capaces de imitar lo que hace en otras partes. En Cochabamba, ciudad que se ha convertido en ejemplo permanente, se ha erigido una hermosa imagen de Cristo en una colina, la que cuenta con facilidades que hacen placentera la visita del turista.
Una buena carretera, empedrada todavía pero que será asfaltada en breve plazo, une la ciudad con la cima de la colina a la que además se puede llegar en teleférico para observar desde lo alto una ciudad limpia, con jardines bien cuidados. Los servicios que se prestan son eficientes y existen áreas de parqueo y áreas peatonales que facilitan la circulación de los visitantes. La idea de construir una imagen compitiendo con la famosa del Corcovado de la bella ciudad de Río de Janeiro, parecía una locura. Sin embargo, en un plazo relativamente corto, la idea se hizo realidad para el Cristo de la Concordia. Actualmente, se hace lo mismo pero solo al iniciar el ascenso al cerro por la carretera empedrada, porque con esos fondos acumulados se financiara el asfalto.
No es malo imitar lo bueno y no es necesario inventar la pólvora, porque los chinos la inventaron hace siglos. Por tanto, deberíamos imitar el buen ejemplo y salvar el Puente Sucre, cuando todavía hay tiempo. Hay que recordar que esa hermosa obra arquitectónica pertenece a dos departamentos unidos por la historia, por la tradición y, últimamente, por el infortunio. Chuquisaca y Potosí, en un esfuerzo conjunto de sus gobiernos prefecturales y municipales, podrían establecer también la cobranza de uno o dos pesos para pasar el Puente Méndez, importe que sumado día a día podría ser la base para la restauración de su viejo hermano, el Puente Sucre, que ya está en peligro de derrumbarse.
Podría inclusive establecerse una cobranza alterna mes a mes entre Sucre y Potosí, en una especie de competencia para saber cuál recauda más. Con el tiempo, este viejo puente podría ser un lugar histórico de visita obligada para quienes transitan la carretera que une las dos ciudades coloniales que dieron tanto a Bolivia y que hoy se debaten entre la vida y la muerte. Un centro turístico con diferentes servicios consolidaría la unión de dos departamentos hermanos, en el límite mismo donde está ubicado el bello Río Pilcomayo, que está cruzado por el puente que lleva el nombre del Gran Mariscal, otro motivo para ocuparse de él con más respeto y responsabilidad.